Interesante intercambio producido a través de
las redes sociales entre el conocido abogado corporativo, José Luis Taveras, y
el señor Juan Vicini, representante del grupo empresarial más grande de la
República Dominicana. Todo tuvo como inicio una carta abierta que el primero
hiciera a la empresaria Ligia Bonetti, en una especie de respuesta
recomendatoria a las desafortunadas declaraciones que la misma hiciera sobre
los salarios en la República Dominicana. Ante lo expresado en esta carta, el
empresario Juan Vicini respondió a José Luis Taveras en defensa de la señora
Bonetti, generándose posteriormente correspondientes réplicas y
contrarréplicas. Más allá de las opiniones que he podido observar sobre este
breve cruce epistolar, muchas de las cuales se han quedado limitadas a una
valoración formal del manejo de la palabra y la estilización de la misma en la
defensa de cada posición -así también como a aspectos de estricta índole
personal-, me gustaría reflexionar un poco sobre diversos aspectos
estructurales de la discusión.
Quien haya leído al profesor Juan Bosch, especialmente en sus obras
sociopolíticas Composición Social Dominicana, Capitalismo Tardío en la
República Dominicana y Dictadura con Respaldo Popular, podrá comprobar la
‘’arritmia histórica’’ que ha afectado a nuestro país desde que fuera
colonizado por el entonces Reino de Castilla. Podrá comprobar como el desarrollo
industrial del territorio que ocupamos, contrario a otras colonias, estuvo
desde sus inicios condenado una vez tras a otra al fracaso. El monopolio
comercial entre la Metrópoli y la Colonia, limitando el mercado de lo producido
por esta última, obligó a trasladar la actividad económica de la pujante,
tecnificada y calificada industria azucarera que iniciaba su desarrollo, hacia
la rentista, ociosa y poca productiva actividad latifundista de ganadería. Las
encomiendas y el otorgamiento de títulos de nobleza a los adeptos de la Corona
completaban en parte la organización de una sociedad fundamentada en la
apariencia, linaje, estatus y tenencia, por sobre una generadora de las
riquezas necesarias para satisfacer las necesidades de los habitantes. Esta forma
de organización social llevó incluso a que tuvieran que enviarnos recursos
desde México para mantener funcionado la colonia.
No fue hasta la primera intervención norteamericana del año 1916, y
posteriormente con la Dictadura de Trujillo, que la República Dominicana se
encauzó en un mínimo desarrollo industrial propio de un sistema capitalista de
producción. Estos dos momentos, conjuntamente con el ensayo industrial
azucarero de la colonia que fuera abortado por las razones ya expuestas, son
considerados por Bosch como los tres procesos, aunque intermitentes, de
acumulación originaria de capital en la Republica Dominicana. En todos estuvo
presente la utilización de la fuerza que caracteriza los procesos de
acumulación originaria de capital: en el primero la explotación esclavista, en
el segundo la apropiación forzada de grandes extensiones de terreno y en el
tercero la puesta en marcha de una maquinaria sangrienta y del mismo Estado al
servicio de los intereses económicos de Trujillo.
Este tardío y precario desarrollo de la relación histórica de producción
llamada capitalismo, conllevó, por vía de consecuencia, a un tardío y precario
desarrollo de la relación social de ese modo de producción, específicamente en
cuanto a la conformación de las clases sociales típicas en el mismo. La
ausencia de una clase burguesa en la República Dominicana explica en parte
porque el proyecto revolucionario independentista promovido por la pequeña
burguesía quedó en manos de los sectores oligárquicos de la sociedad, específicamente
en la clase hatera representada por Pedro Santana. No podía producirse una
revolución burguesa al estilo francés, precisamente porque se encontraba
ausente la clase que se supone debía liderar la misma, y en cambio, el poder
social residía en un sector oligárquico.
Este trasfondo histórico incide en la débil conciencia con que se configura una
clase burguesa en la República Dominicana. Su conformación tardía, a la par con
una sociedad regida históricamente por sectores oligárquicos, conllevó necesariamente
a que naciera con una serie de vicios que no fueron propios de otras sociedades
capitalistas cuyo desarrollo histórico no fue tan accidentado como el nuestro.
El mayor de esos vicios es, sin duda, la ausencia de una conciencia de clase.
La ausencia de una concepción propia como clase social caracterizada por unas
delimitadas funciones dentro del sistema social capitalista y, por tanto, con
la posibilidad de reinventarse para poder mantener el sistema vigente. Es
precisamente eso y no otra cosa lo que está en el fondo de la discusión entre
Taveras y Vicini.
Lo dicho por José Luis Taveras va en el sentido de reprochar esta falta de
conciencia de clase que afecta al sector empresarial dominicano, el cual en el
fondo sigue rigiéndose bajo mecanismos propios de explotación que a la larga
pueden desatar una crisis que ponga en jaque su posición dominante en la
sociedad. Lo curioso es que, desde un análisis de estratificación social, José
Luis Taveras no pertenece a la clase burguesa, más bien forma parte de una capa
de la pequeña burguesía profesional y burocrática-privada. José Luis Taveras,
sin ser burgués, tiene mucho más claro que los propios ‘’burgueses’’
dominicanos cuales son las condiciones que tienen que cambiar para que todo
siga igual en este sistema social. Piensa como deberían pensar los verdaderos
burgueses. Tal vez, si los empresarios insaciables de nuestro país pensaran
así, pudiéramos tener un desarrollo productivo y social mayor, no obstante
mantenerse muchas de las condiciones que son inherentes al sistema social
capitalista.
Lo que ha hecho José Luis Taveras no es salir en defensa de la mayoría de
dominicanos por las condiciones de miseria de las que adolecen, situación que
parece satirizar la señora Bonetti con sus declaraciones. Lo que ha hecho José
Luis Taveras es advertir a la clase empresarial que se supone lidera el sistema
en el que él cree, cuales serían las consecuencias de que la progresiva
precarización de las condiciones materiales de existencia de los dominicanos
los haga desenterrar su sed de justicia del subsuelo y despertar del letargo
inducido en que se encuentran para tomar lo que les pertenece. Parafraseando a
Ford, lo que José Luis Taveras ha dicho a los empresarios es: entreguen algo,
antes que tengan que entregarlo todo. Coloca el ejemplo de Venezuela como
muestra del supuesto apocalipsis que se podría avecinar, tal y como en época de
la guerra fría lo era el ejemplo cubano, dando lugar entonces a lo que se
conoció como la teoría de la contención a través de la instauración de
programas de reformas y ayuda económica, como por el ejemplo la Alianza para el
Progreso. En ese momento se entendió como necesario ‘’ceder’’ algo para detener
la ‘’avanzada comunista’’.
Para evitar la hecatombe se hace entonces necesario solventar lo que Marx
llamaba ‘’costos de reproducción de la fuerza de trabajo’’. En contraste con
los costos de producción de la fuerza de trabajo, que refieren específicamente
a los elementos necesarios para que los trabajadores puedan subsistir y por
ende puedan contar los empleadores con su fuerza de trabajo, los costos de
reproducción de la fuerza de trabajo se sitúan en el marco de los gastos
necesarios en que tiene que incurrir la clase empleadora para evitar el
desbordamiento en su contra de la clase en la cual reside la fuerza de trabajo.
Son los costos de mantener lo que eufemísticamente los teóricos occidentales de
políticas públicas llaman ‘’cohesión social’’. La capacitación, educación e
instrucción a fin a los postulados del sistema social vigente es la forma más
efectiva para lograr dicho cometido, pero cuando no pueden ser las personas
manejadas a través de estos mecanismos se hace necesario ceder algunas cosas
para poder mantener el estado de cosas. De esto puede derivarse toda una teoría
de las prerrogativas laborales entendidas como concesiones, no así como
conquistas propiamente dichas.
En República Dominicana, ambos costos, tantos los de producción como
reproducción de la fuerza de trabajo, no son solventados ni por asomo. Aun así
la sociedad sigue corriendo y no se produce una crisis. Sin dudas, el
endeudamiento sirve como válvula de escape para satisfacer las necesidades
materiales que permiten producir la fuerza de trabajo. En cuanto a la
reproducción de la fuerza de Trabajo, la explicación de que no se genere una
crisis aun sin solventar los costos de la misma, puede residir en parte, como
afirma José Luis Taveras, en el sistema clientelar disgregador de las
intenciones de organización y cambio de nuestra sociedad. Pero más que nada
reside en el sistema hegemónico que se ha configurado en la República
Dominicana y que lleva a las personas a considerar como naturales sus
condiciones materiales de existencia y la forma en que se desarrollan las
relaciones sociales en nuestro país. La dominación cultural que irradia
elementos subyugantes a lo largo y ancho de la mayoría de dominicanos conlleva
la identificación de éstos con sus opresores. Esto deriva en una pobre
articulación de intereses entre los sectores más explotados de la sociedad
dominicana y en una imposibilidad continua de generar mecanismos de
organización que puedan ejercer el debido contrapeso en las relaciones
sociales. Basta con comprobar que menos del 4% de los trabajadores dominicanos
se encuentra sindicalizado. En la República Dominicana hay trabajadores, pero
no existe una clase obrera organizada. Así como la conformación de una clase
burguesa estuvo matizada por un desarrollo tardío, subsecuentemente lo estuvo
el proletariado dominicano. No existe una conciencia de clase obrera. Esto
evidentemente da margen de maniobra a las clases empresariales para evitar la
crisis a la que hace referencia José Luis Taveras.
Juan Vicini defiende a la señora Bonetti y afirma que la misma trabaja para
evitar una ola devastadora principalmente fundamentada en una sobrepoblación
laboral. Resulta curioso ver que el señor Vicini coloca dentro de sus
argumentos el problema que traería el éxodo masivo de haitianos hacia nuestro
país. Especialmente porque el Grupo Empresarial que representa ha sido un beneficiado
histórico de esa mano de obra barata, obediente y dócil.
Lo cierto es que a estos sectores explotadores de la sociedad dominicana les ha
venido muy bien la sobrepoblación laboral. Ese ejército industrial de reserva
ofrece a los empleadores un mercado de trabajo con una oferta de mano de obra
saturada, y por tanto, dispuesta a venderse bajo cualquier condición con el
solo fin de tener una mínima estabilidad. La desregularización de las
relaciones de trabajo propuesta por los empresarios con el fin de ‘’ampliar’’
el acceso al trabajo formal, no hará más que intensificar esta tendencia
caracterizada por una competencia desmedida de los ‘’sobrantes’’ para
entregarse al capital al menor costo posible.
Los problemas demográficos, en principio, solo pueden ser explicados en
relación a los medios de producción de una determinada sociedad. Existe
sobrepoblación en tanto la fuerza de trabajo disponible excede aquella
requerida por los medios de producción establecidos, y existe subpoblación en
tanto la fuerza de trabajo disponible es menor a la requerida por los medios de
producción establecidos. Lo que en parte están proponiendo los empresarios es
flexibilizar las relaciones laborales para poder incorporar más personas al
empleo formal: una formalización precarizante. Pero le sacan el cuerpo de
manera evidente a la cuestión trascendental detrás del problema del trabajo y
el desarrollo en la República Dominica: el modelo económico de nuestro
país.
El modelo económico dominicano cada vez más se reclina a la importación, la
intermediación y los servicios, en perjuicio del desarrollo productivo
nacional, especialmente de carácter industrial, donde la mano de obra
calificada es requerida en cantidades considerables. Para el empresariado
dominicano resulta mucho más rentable orientar sus capitales a estos sectores
de la economía, caracterizados por un importante componente especulativo,
escasa necesidad de trabajadores y limitada agregación de valor a la sociedad.
Por su parte, las utilidades generadas por la inversión extranjera son
repatriadas en su mayoría y la capacidad generadora de empleos de esta última
es irrisoria, lo que hace necesario que empecemos evaluar su calidad por sobre
su cantidad. Mas es siempre más fácil prefabricar argumentos para cortar la soga
por el lado más débil. Se olvidan los representantes del empresariado
dominicano que si aprietan mucho la tuerca, aun con las condiciones favorables
que les ofrece el país, se puede correr la rosca. Yo ellos tomara en serio las
advertencia de alguien que al parecer piensa como un verdadero burgués, aun sin
serlo.