sábado, 30 de agosto de 2014

¿Existe realmente el individuo?


Es una constante en los debates sobre el ideal de una buena sociedad, que aquellos que abogan por el liberalismo económico y las leyes “naturales del mercado”, una vez ven derrumbadas sus teorías pseudocientíficas basadas en el interés y la toma de decisiones “racionales” por parte de las personas, acudan entonces, ya en un dimensión filosófica, a fundamentar su posición en una supuesta idea de libertad inherente al individuo, en contraposición a los supuestos mecanismos colectivistas y de control social que suponen otros sistemas de organización de la sociedad. Una vez queda desvelado que sus teorías económicas tienen mucho más de ideología que de ciencia –como pretenden hacer creer-, no les queda más que acudir a una fundamentación individualista del mundo: cada individuo, en tanto ente racional, libre y único, debe poder actuar conforme entienda, incluso sobreponiendo sus intereses al de los demás.

Esta concepción tiene su basamento en la idea o concepto de individuo. Sobrepone, claramente, la idea de individuo a la idea de sociedad. Sin embargo no niega la existencia de esta última, sino la prevalencia del individuo sobre la misma. Los regímenes que entienden necesario la estatitazación, socialización o colectivización de los medios de producción, estarían socavando la esencia misma de la libertad individual en su expresión histórica más significativa: la propiedad. Ante este cuadro argumentativo quise reflexionar un poco y de manera meramente intuitiva tratar de encontrar sentido a la posición analizando el concepto mismo de individuo y la aplicación de este a las personas.

Usualmente repetimos el término individuo de manera acrítica, utilizándolo como sinónimo de persona o de gente. Por ello, para poder entender mejor la cuestión, resulta necesario conocer el sentido etimológico  de la palabra individuo. Según la Real Academia de la Lengua Española la palabra individuo proviene de indiviso, es decir, de aquello que no se puede dividir. Se trata  de algo -o alguien- que constituye una unidad frente a otras unidades en un sistema determinado, claramente distinguible y con características propias y autónomas, es decir, independiente de las demás unidades de dicho sistema o incluso del sistema mismo.

Ante el significado enunciado, y reflexionando sobre la naturaleza humana, me hago la siguiente pregunta: ¿Existe verdaderamente el individuo? La respuesta depende de los criterios que utilicemos.

Si dichos criterios se reducen a aspectos físicos o biológicos, no hay duda de que existe el individuo, puesto que en tanto ente biológico o corpóreo cada uno de los seres humanos resulta ser indiviso y una unidad propia distinguible a la demás. Yo, Jaime Rodríguez, tengo dos manos, dos piernas, un torso, etc., claramente distintos a la persona que está leyendo esta reflexión. En tanto ente corpóreo que realiza ciertas funciones biológicas y ocupa un lugar en tiempo y espacio, soy individuo.

Por el contrario, si el criterio utilizado va dirigido a considerar al ser humano como un ente social o político –que es la perspectiva desde la cual trabaja la filosofía política-, la respuesta cambia rotundamente. Fuera de las similitudes naturales entre todas las especies, y sin negar el instinto gregario inherente a muchas de ellas, no hay un elemento más distintivo de las especie humana con las demás que la necesidad asociativa que le caracteriza. Si bien la composición bioquímica de los seres humanos les permite, potencialmente, tener una capacidad intelectiva por encima de las demás especies, ésta no podría haberse desarrollado sin la interrelación constante entre éstos. Sin los estímulos provocados a partir del contacto con otros miembros de su especie, el ser humano no hubiese podido convertir esa potencial capacidad intelectiva en lo que conocemos como razón. Es aquí, en el ser humano como ente social, y por tanto, en su necesidad de conformar sociedad, donde considero se encuentra la principal razón de su superior adaptabilidad al medio natural con relación a otras especies.

Dicho esto, y entendiendo como esencial considerar al ser humano como ente social, ¿podría considerarse que existe el individuo, es decir, un ente con características propias, autónomo e independiente de los demás o de un sistema determinado? ¿Puedo yo, Jaime Rodríguez, independizarme del medio social que ha impuesto en mí una cultura, unas ideas, una concepción sobre las cosas, y sobre todo unas condiciones materiales?

El ser humano es mucho más relación que individuo. Está atravesado en su esencia misma por las relaciones sociales que lo circunscriben y que hacen que sea socialmente inescindible de los demás y del sistema. Un aspecto tan elemental y propio de los seres humanos como es la comunicación, se ejecuta a través de un mecanismo que tiene un carácter eminentemente heterónomo: el lenguaje. Si cada persona hablara una lengua propia y referencial a sí misma -así como cada quien tiene una boca y dos orejas-, sencillamente fuera imposible desarrollar una comunicación. Lo mismo sucede con los hábitos, los patrones culturales, la religión, las ideas, en fin, todo aquello que pueda considerarse como eminentemente humano. Sencillamente no existe el individuo en referencia al ser humano, de acuerdo al sentido etimológico de la palabra y al fundamento sostenido por algunos y enunciado más arriba.


Decía Ortega y Gasset que el hombre es él y sus circunstancias. Estas circunstancias, comunes a los hombres que desarrollan su vida en un determinado medio social, son inseparables a éstos, los atan, y por tanto, no se puede hablar de libertad en base al supuesto individualismo arriba destacado, sencillamente porque ese individualismo no es tal. La idea de libertad “individual” como justificación en el sentido al inicio expresado, peca de manera evidente de hacer creer que todos podemos tener la misma libertad, pero la realidad es, parafraseando a Orwell en su Rebelión en la Granja, que todos los “animales” son libres, pero algunos “animales” son más libres que otros.  

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