miércoles, 10 de julio de 2013

¿Democracia en la cuna de América?


“La democracia en el capitalismo es el pacto

                                                           por el cual las clases subalternas renuncian

                                                      a la revolución a cambio de negociar las

                                                     condiciones de su propia  explotación.”


Alfonso Quijano


¿Democracia en la cuna de América?


I.                   La mentada democracia.

La tan aclamada y vanagloriada democracia ha sido la panacea del ideal  de convivencia entre los seres humanos y las organizaciones político-institucionales que los mismos han construido para poder alcanzar sus fines en una forma plena. El mundo occidental moderno la ha presentado, expandido e impuesto en una gran cantidad de Estados, como la mejor forma posible de estructurar el sistema que rige los mismos. Hoy por hoy, todos los caminos conducen a la adopción de este sistema. Sin embargo, cabe preguntarnos, ¿es democracia lo que realmente llamamos como tal? o mejor dicho, ¿es democracia lo que nos han enseñado e inculcado que es democracia?

Es hartamente conocido el sentido etimológico de la palabra democracia, a saber gobierno del pueblo. Nosotros agregaríamos lo referido por Lincoln: gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Pero, ¿ha confirmado la realidad histórica el ideal democrático incrustado en el propio sentido inherente y prima facie de la palabra democracia? La respuesta resulta notoriamente verificable en sentido negativo. La realidad histórica desvela el panorama crudo que busca ser ocultado con teorías e ideas serviles con un estado de cosas, más aún en el caso de países latinoamericanos como el nuestro: la República Dominicana.

 En breves líneas intentaremos esbozar la realidad originaria y actual, respecto a qué es lo que realmente impera en nuestro país, lo que obviamente implica determinar también sobre quiénes imperan en el mismo.

Al final delinearemos una propuesta de una verdadera construcción colectiva hacia la democracia. Hacia una democracia verdadera. Y decimos construcción porque no es algo que se pueda redescubrir o recrear. No se puede retomar lo que nunca ha existido, y como veremos, en la República Dominicana nunca hemos tenido el umbral mínimo de lo que debe ser una democracia.


II.                ¿Qué y quiénes rigen nuestro país?

 La fundación de nuestro país estuvo altamente impregnada de las influencias estadounidenses y francesas que se conocen como las revoluciones burguesas. Basta analizar en forma comparativa la Constitución dominicana de 1844 con los instrumentos jurídico-políticos que surgieron  de las respectivas revoluciones. En tal sentido, la República Dominicana fue concebida sistémicamente como una democracia liberal, sistema que en realidad es profundamente antidemocrático. 

Lamentablemente, y aún copiando todas las instituciones e instrumentos políticos propios de este sistema formal y burgués, ni siquiera reunimos las condiciones para cumplir con esta forma aparente de “democracia”. Es decir, ni siquiera pudimos emular un sistema clasista meramente formal, que paradójicamente no representaba una verdadera democracia.

La razón de esta falla se encontró directamente enraizada en la debilidad dominicana del sujeto político que instauró este sistema en los lugares de donde el país se nutrió en ideas. La escasa y casi inexistente formación de una clase burguesa impidió que la República Dominicana pudiera adoptar esta forma. ¿Qué sucedió en la práctica? La clase dominante con carácter oligárquico fue la que se impuso. Está clase estaba representada en ese momento por los hateros. Sin embargo, será esta misma clase la que históricamente dominará al pueblo dominicano desde ese momento de su independencia hasta la actualidad, con una igualmente antidemocrática intermitencia de 31 años de dictadura de Trujillo. Todo intento de asimilación a un proceso que condujera a un acercamiento con una verdadera democracia fue aniquilado por esta clase que luego se erigiría en frente. Bastan los ejemplos de los gobiernos de Ulises Francisco Espaillat y Juan Bosch.

 A partir de esto decimos que en la República Dominicana nunca ha existido la democracia. No solo que no ha existido la democracia, sino que ni siquiera ha sido posible instaurar plenamente el sistema de apariencia “democrática” propia de las sociedades desarrolladas burguesas, que en fondo, como todos debemos saber, no son tampoco democráticas. 

 A seguida haremos algunas puntualizaciones descriptivas que nos llevan a la conclusión de que el sistema dominicano responde a una oligarquía, es decir, al gobierno de los pocos sobre los muchos.

En primer lugar, es preciso sacarse de la cabeza la idea generalizada de que una democracia es verificable por el conglomerado de instituciones diseñadas para el correcto funcionamiento de la misma. Muchos dirán que existe democracia en la República Dominica por que el Estado adopta una forma republicana, una división de poderes y permite la elección popular de los representantes que gobiernan el país. Ninguno de estos aspectos puede concluir en la plenitud práctica de una democracia. Ya sea que todas estas instituciones y procesos estén coaptados a favor de una persona, como sucedió durante la dictadura; o ya sea que estén cooptados a favor de una clase oligárquica, como continúa pasando en la actualidad, se llega a la inevitable conclusión de que estas instituciones y procesos caen en una formalidad opaca, un cascarón vacío que intenta justificar una apariencia burda de democracia.

 ¿Por qué decimos que lo que existe es un cascarón vacío de democracia? Porque en la realidad se encuentra ausente, o más bien ausentado, el germen intrínseco de la democracia: el pueblo. 

Un crítico de lo que estamos expresando podrá cuestionar respecto a lo qué es el pueblo y quiénes lo componen. Ciertamente la categoría política de pueblo está sujeta a numerosas significaciones acorde con el sentido, sea descriptivo o emotivo, con el que se quiera hacer uso de la misma. No existe empíricamente el pueblo como macrosujeto político-homogéneo. Sin embargo, aún tomando el pueblo en su más amplio sentido, abarcador de todos los integrantes de una sociedad en la cual se relacionan dialécticamente intereses contradictorios, podemos acercarnos a ese germen ausentado.  Si tomamos al pueblo en este sentido, podemos identificar o clasificar sus integrantes con elementos, ya sean aristocráticos, oligárquicos o democráticos. Pues bien, es precisamente el elemento democrático de ese pueblo que se encuentra subsumido y sin ninguna visibilidad ni protagonismo, ante el elemento oligárquico que lo domina. Ese elemento democrático del pueblo es el que constituye las grandes mayorías nacionales y sin él no puede existir democracia. Juan Bosch ubicó en estas grandes mayorías, o como el denominaba “gran masa”, a la baja y muy baja pequeña burguesía, proletarios u obreros, semipropletarios y chiriperos. Este es el pueblo en sentido estricto. El pueblo no como ficción jurídico-política, sino, una vez que se organiza, como realidad histórica.

¿Por qué está efectivamente este pueblo ausentado? Pasamos en seguida a esbozar nuestros argumentos. 

Antes que nada no puede existir democracia sin ciudadanos. Aquí no nos referimos a ciudadanos en el sentido del vínculo jurídico entre personas y un Estado, sino en aquel propio de la concepción clásica y principal de la palabra ciudadano: aquel ser social para quien la política y su participación en la misma es un elemento natural. 

Lo que revela la realidad dominicana es totalmente contrario a esa promovible ciudadanía. La imposición de las ideas neoliberales, que bien caen a la oligarquía dominante en la República Dominicana, traen consigo prácticas sociales y culturales totalmente alienantes, que conducen a este pueblo hacia una total desmovilización y despolititización. Este pueblo se reduce a una masa inerte y autómata conducida, ya no mediante la represión física como en las dictaduras, sino mediante la represión del pensamiento que lo orienta al consumismo, la competencia y el individualismo. Los despoja de su inherente sentido de ente colectivo y social que como tal se preocupa y vela por los intereses de la colectividad. Se abstrae del espacio público y hace oda a lo superfluo, a lo banal. Efectivo somnífero de mucha mayor eficacia que los regímenes basados en la violencia física sistemática.

 El momento electoral, para muchos cúspide del momento democrático, es manejado en una forma mercadológica en la cual pocas veces el elector puede dirigir su propia voluntad. Toda convicción pierde contenido ante la conducción hacia un producto manejable por los intereses oligárquicos. Bajo el ropaje de la competencia partidaria y la famosa y “sana” alternancia, se oculta un programa de acción único, y que únicamente tiende a tener como beneficiario a una minoría. Es un gobierno de los pocos, aún haya sido producido por una mayoría electoral, la cual vale la pena destacar no es lo mismo que la gran mayoría nacional. La autoridad delegada electoralmente, dejar de delegada para pasar a ser enajenada, todo al servicio de los grandes intereses de la oligarquía. Una élite política al servicio de esta última y a mantener las estructuras y relaciones de poder que impiden el protagonismo del pueblo necesario para una democracia. El devenir y la realidad histórica no nos dejan mentir.

 No satisfecha con esto, la oligarquía dominicana impide un principio fundamental de una democracia. Estamos refiriéndonos al principio de igualdad política. A condiciones materiales evidentemente desiguales, más al nivel de las establecidas en la República Dominicana, se hace obvio la imposibilidad de participar en igualdad en un proceso político. Gran parte de los fondos utilizados por las elites políticas en campaña provienen de la arcas de la oligarquía que los financia. Todo esto en conexión con la cada más vertiente mercadológica de la política que ya mencionamos y que visualiza a los electores como consumidores.

Las pocas veces en que surgen excepciones del pueblo con conciencia de clase y política y, por tanto, con firme intención de luchar por los intereses propios de la gran mayoría a la que pertenece, se encuentra con la imposibilidad de ejercicio de una participación efectiva por la parcialización de todos los caminos con todo lo contrario a lo que profesa. Así mismo, no tiene control sobre el programa de acción que la élite política que lo “representa” lleva a cabo, el cual en el fondo es controlado por los intereses oligárquicos.

La mayoría de los medios de comunicación se encuentran controlados por grupos económicos de la oligarquía. El profundo peligro antidemocrático de esta realidad no ha sido constatado en su significativa importancia, por la sencilla razón de que no ha surgido en años un instrumento o proyecto colectivo que afecte directamente los intereses de estos grupos económicos, todo lo cual lo único que deja ver es precisamente la ausencia del germen democrático que antes mencionábamos.

Pero donde más se hace visible que lo existente en nuestro país es una oligarquía, es en las relaciones sociales y las condiciones materiales de las clases oprimidas. De nada vale diseñar un sistema que de la falsa apariencia de democracia, si fuera de ese espacio político-institucional se reproducen –ya no de manera encubierta- explicítamente los sistemas de jerarquización social, incluso asimilables al señoraje del Medioevo. Para verificar esto solo hace falta un mínimo sentido común. Observe como se desenvuelve las relaciones sociales, bajo que hábitos, conductas, cultura, imaginarios, interrelación laboral, y se dará cuenta de la obvia situación de sujeción de  los muchos a los pocos. En todo acto, por más mínimo y cotidiano que sea, se reproducen relaciones de poder que colocan a una clase mínima en una posición dominante.

Algunos especialistas en ser ambiguos y medias tintas, aquellos que con su posición indeterminada y vacilante hacen el juego al sistema oligárquico, llegan a la conclusión de que las realidades que escuetamente he mencionado, son consecuencia de una democracia de baja intensidad o democracia débil, no así de una oligarquía. Defensores de la determinación de la democracia por vía de contingencias históricas, en base a lo cual la democracia liberal decimonónica resulta ser verdaderamente democracia acorde con su contexto histórico. En tal sentido, en el contexto histórico dominicano nuestra democracia es débil, pero es democracia, como consecuencia de una transición evolutiva que falta por desarrollarse. Esto es totalmente falso. Si tomamos el proceso de democratización en términos graduales y no absolutos, ¿en qué umbral se determinaría lo que es una democracia débil y lo que es una oligarquía? Los elementos de dominación han cambiado, pero el sistema dominante no. Muestra de ello es la experiencia en otros países de Latinoamérica, en los cuales los nuevos elementos de dominación fueron derrotados, debiendo la oligarquía, con su mentor el imperialismo, retomar las prácticas que se pensaron erradicadas en la “democracia”: complots, golpes de estados, intentos de asesinatos, etc.  

Al final, lo que determina la existencia de una democracia o no, serán las relaciones de poder existentes. En República Dominicana, estas relaciones de poder están inclinadas a un mínimo grupo.


III.             Hacia una nueva democracia.


Nuestra realidad nos coloca en la posición de concentrar todos los esfuerzos y lucha en la construcción de una democracia en la República Dominicana. Democracia que hasta el día de hoy no ha existido. Una democracia que considere a la persona como punto central y finalidad de la misma. Pero no en su dimensión individualista, sino como ente que necesariamente tiende a agruparse con otros para la consecución de un fin. Un fin orientado al bien común y bienestar general de esos que históricamente han estado en una situación de opresión e invisibilidad. A esos que constituyen la mayoría del pueblo dominicano.

 Se hace imposible la construcción de una democracia sin la organización y concientización del pueblo. Esto no puede realizarse desde los movimientos sociales, no obstante su inevitable importancia en el proceso, especialmente por su carácter espontáneo, no estratégico y no organizado. Por tanto se hace necesario un instrumento o proyecto de carácter político en torno al cual se organicen efectivamente las clases populares. Este instrumento tiene la inevitable labor de fomentar la construcción de poder ciudadano y colectivo. Poder desde abajo, desde el propio hábitat del pueblo. Su práctica debe estar dotada de una alta significación pedagógica que acerque a la persona a la ciudadanía política que la dote de conciencia de clase y política.

 Una vez construya este poder ciudadano colectivo estará en las condiciones ideales para alcanzar en forma legítimamente abrumadora el poder político-institucional del Estado, desde el cual deberá promoverse una revolución política, pero sobre todo económica, social y cultural. Transformación drástica de las relaciones de poder que permitan colocar al pueblo, a las mayorías, en la dirección y protagonismo, permitiendo cimentar las condiciones propias de la democracia que históricamente se nos has negado. Aquella que propicia la mayor libertad posible para la autodeterminación de las personas, la mayor potenciación de sus capacidades y la mayor satisfacción de sus necesidades materiales más básicas para poder desarrollarse dignamente.

 Esto implica adoptar nuevas formas de organización democrática que descentralicen el poder político-institucional tradicional, ideando estructuras nuevas que permitan una participación mucha más efectiva por parte de los ciudadanos. Así mismo la diversificación de instrumentos y procesos de incidencia popular en el control de programa de acción del gobierno, promoviendo una autogestión del pueblo dominicano respecto a las medidas sobre las cuales es su especial destinatario.

Una democracia electoral que permita a los ciudadanos participar en igualdad de condiciones en los procesos electorales, configurándose una especie de discriminación política positiva a favor de quienes se encuentre en situaciones materiales de desigualdad, haciendo énfasis en ese ciudadano llevado a condiciones de igualdad como fundamento del sistema democrático y no la errada concepción liberal que coloca a los partidos en ese lugar.

 Una mayor democracia implica una mayor participación y actuación sobre los espacios públicos y bienes públicos. Es necesario expandir esos espacios y bienes desmercantilizando la vida social de los ciudadanos. Colocar el desarrollo humano colectivo por sobre la lógica de acumulación y ganancia de particulares propia de un sistema capitalista que beneficia unos pocos. Los derechos deben ser derechos, expectativas jurídicas de protección parte del Estado de ciertas prerrogativas fundamentales, no mercancías dejadas al azar del libre juego del mercado.

La democratización de la sociedad debe llegar a todos los ámbitos, incluyendo esencialmente el económico. De nada vale la democratización en otros ámbitos si la concentración económica no permitirá que esta se desarrolle en forma adecuada y acorde con los derechos fundamentales de cada persona. El ciudadano debe tener la facultad de decidir sobre los asuntos más importantes de la vida económica que inciden sobre sus condiciones materiales de existencia, no pudiendo estar dejada esa facultad a los ambiciosos intereses minoritarios de las clases opulentas. Los medios de producción estratégicos que tengan carácter nacional, especialmente aquellos que implican recursos naturales, deben pasar a manos del Estado para una justa distribución de la producción. Por su parte, en caso de aquellos medios producción de menor magnitud, debe fomentarse la propiedad social, comunitaria y cooperativa, donde las relaciones laborales se den en una total igualdad y no se reproduzcan los sistemas de jerarquización actuales. El producto del trabajo en éstos nunca será enajenado a quien lo produce, puesto que los beneficios del mismo serán equitativamente distribuidos entre los trabajados agrupados voluntariamente.

Por último, atendiendo a la brevedad del presente ejercicio de curiosidad y anhelo político, se hace imprescindible la democratización de los medios de comunicación. La importancia en este sentido radica en el efecto que éstos tienen en la conformación de la opinión pública en las personas. La libertad de expresión y la obtención de información veraz y no sujeta a manipulaciones, hace necesario el asalto del pueblo sobre los medios de comunicación, diversificando los mismos y estableciendo limitantes rigurosas a la influencia del capital en la captación oligopólica de los mismos. La opinión publicada no puede seguir determinado el pensamiento dominante de la sociedad, cuando solo la opinión pública es legítima, y esta última pertenece al pueblo y a nadie más.

Son estos solo unos cuantos aspectos necesarios para iniciar la ruta hacia el camino de la democratización y autodeterminación efectiva de nuestro pueblo. Sería el inicio en la construcción de un sistema alternativo en el cual, tal y como decía el profesor Bosch, la democracia no sea una palabra hueca. El comienzo de la verdadera liberación e independencia del pueblo dominicano iniciada por nuestros padres de la patria. Y decimos el inicio por que la democracia que inicie con este umbral mínimo no puede detenerse allí, sino que debe proseguir hacia una cada vez más plena realidad que tenga como finalidad la deseada emancipación del dominicano y el ser humano en sentido general.


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