“La
democracia en el capitalismo es el pacto
por el cual las clases subalternas renuncian
a la revolución a cambio de negociar las
condiciones de su propia
explotación.”
Alfonso
Quijano
¿Democracia en la cuna de
América?
I.
La mentada democracia.
La tan aclamada y
vanagloriada democracia ha sido la panacea del ideal de convivencia entre los seres humanos y las
organizaciones político-institucionales que los mismos han construido para
poder alcanzar sus fines en una forma plena. El mundo occidental moderno la ha
presentado, expandido e impuesto en una gran cantidad de Estados, como la mejor
forma posible de estructurar el sistema que rige los mismos. Hoy por hoy, todos
los caminos conducen a la adopción de este sistema. Sin embargo, cabe
preguntarnos, ¿es democracia lo que realmente llamamos como tal? o mejor dicho,
¿es democracia lo que nos han enseñado e inculcado que es democracia?
Es hartamente
conocido el sentido etimológico de la palabra democracia, a saber gobierno del
pueblo. Nosotros agregaríamos lo referido por Lincoln: gobierno del pueblo,
para el pueblo y por el pueblo. Pero, ¿ha confirmado la realidad histórica el
ideal democrático incrustado en el propio sentido inherente y prima facie de la palabra democracia? La
respuesta resulta notoriamente verificable en sentido negativo. La realidad
histórica desvela el panorama crudo que busca ser ocultado con teorías e ideas
serviles con un estado de cosas, más aún en el caso de países latinoamericanos
como el nuestro: la República Dominicana.
Al final
delinearemos una propuesta de una verdadera construcción colectiva hacia la
democracia. Hacia una democracia verdadera. Y decimos construcción porque no es
algo que se pueda redescubrir o recrear. No se puede retomar lo que nunca ha
existido, y como veremos, en la República Dominicana nunca hemos tenido el
umbral mínimo de lo que debe ser una democracia.
II.
¿Qué y quiénes rigen
nuestro país?
Lamentablemente, y
aún copiando todas las instituciones e instrumentos políticos propios de este
sistema formal y burgués, ni siquiera reunimos las condiciones para cumplir con
esta forma aparente de “democracia”. Es decir, ni siquiera pudimos emular un
sistema clasista meramente formal, que paradójicamente no representaba una
verdadera democracia.
La razón de esta
falla se encontró directamente enraizada en la debilidad dominicana del sujeto
político que instauró este sistema en los lugares de donde el país se nutrió en
ideas. La escasa y casi inexistente formación de una clase burguesa impidió que
la República Dominicana pudiera adoptar esta forma. ¿Qué sucedió en la
práctica? La clase dominante con carácter oligárquico fue la que se impuso.
Está clase estaba representada en ese momento por los hateros. Sin embargo,
será esta misma clase la que históricamente dominará al pueblo dominicano desde
ese momento de su independencia hasta la actualidad, con una igualmente
antidemocrática intermitencia de 31 años de dictadura de Trujillo. Todo intento
de asimilación a un proceso que condujera a un acercamiento con una verdadera
democracia fue aniquilado por esta clase que luego se erigiría en frente. Bastan
los ejemplos de los gobiernos de Ulises Francisco Espaillat y Juan Bosch.
En primer lugar, es
preciso sacarse de la cabeza la idea generalizada de que una democracia es verificable
por el conglomerado de instituciones diseñadas para el correcto funcionamiento
de la misma. Muchos dirán que existe democracia en la República Dominica por
que el Estado adopta una forma republicana, una división de poderes y permite
la elección popular de los representantes que gobiernan el país. Ninguno de
estos aspectos puede concluir en la plenitud práctica de una democracia. Ya sea
que todas estas instituciones y procesos estén coaptados a favor de una
persona, como sucedió durante la dictadura; o ya sea que estén cooptados a
favor de una clase oligárquica, como continúa pasando en la actualidad, se
llega a la inevitable conclusión de que estas instituciones y procesos caen en
una formalidad opaca, un cascarón vacío que intenta justificar una apariencia
burda de democracia.
Un crítico de lo
que estamos expresando podrá cuestionar respecto a lo qué es el pueblo y quiénes
lo componen. Ciertamente la categoría política de pueblo está sujeta a
numerosas significaciones acorde con el sentido, sea descriptivo o emotivo, con
el que se quiera hacer uso de la misma. No existe empíricamente el pueblo como
macrosujeto político-homogéneo. Sin embargo, aún tomando el pueblo en su más
amplio sentido, abarcador de todos los integrantes de una sociedad en la cual
se relacionan dialécticamente intereses contradictorios, podemos acercarnos a
ese germen ausentado. Si tomamos al
pueblo en este sentido, podemos identificar o clasificar sus integrantes con elementos,
ya sean aristocráticos, oligárquicos o democráticos. Pues bien, es precisamente
el elemento democrático de ese pueblo que se encuentra subsumido y sin ninguna
visibilidad ni protagonismo, ante el elemento oligárquico que lo domina. Ese
elemento democrático del pueblo es el que constituye las grandes mayorías
nacionales y sin él no puede existir democracia. Juan Bosch ubicó en estas
grandes mayorías, o como el denominaba “gran masa”, a la baja y muy baja
pequeña burguesía, proletarios u obreros, semipropletarios y chiriperos. Este
es el pueblo en sentido estricto. El pueblo no como ficción jurídico-política,
sino, una vez que se organiza, como realidad histórica.
¿Por qué está
efectivamente este pueblo ausentado? Pasamos en seguida a esbozar nuestros
argumentos.
Antes que nada no
puede existir democracia sin ciudadanos. Aquí no nos referimos a ciudadanos en
el sentido del vínculo jurídico entre personas y un Estado, sino en aquel
propio de la concepción clásica y principal de la palabra ciudadano: aquel ser
social para quien la política y su participación en la misma es un elemento
natural.
Lo que revela la
realidad dominicana es totalmente contrario a esa promovible ciudadanía. La
imposición de las ideas neoliberales, que bien caen a la oligarquía dominante
en la República Dominicana, traen consigo prácticas sociales y culturales
totalmente alienantes, que conducen a este pueblo hacia una total
desmovilización y despolititización. Este pueblo se reduce a una masa inerte y
autómata conducida, ya no mediante la represión física como en las dictaduras,
sino mediante la represión del pensamiento que lo orienta al consumismo, la
competencia y el individualismo. Los despoja de su inherente sentido de ente
colectivo y social que como tal se preocupa y vela por los intereses de la
colectividad. Se abstrae del espacio público y hace oda a lo superfluo, a lo
banal. Efectivo somnífero de mucha mayor eficacia que los regímenes basados en
la violencia física sistemática.
Las pocas veces en
que surgen excepciones del pueblo con conciencia de clase y política y, por
tanto, con firme intención de luchar por los intereses propios de la gran
mayoría a la que pertenece, se encuentra con la imposibilidad de ejercicio de
una participación efectiva por la parcialización de todos los caminos con todo
lo contrario a lo que profesa. Así mismo, no tiene control sobre el programa de
acción que la élite política que lo “representa” lleva a cabo, el cual en el
fondo es controlado por los intereses oligárquicos.
La mayoría de los
medios de comunicación se encuentran controlados por grupos económicos de la
oligarquía. El profundo peligro antidemocrático de esta realidad no ha sido
constatado en su significativa importancia, por la sencilla razón de que no ha
surgido en años un instrumento o proyecto colectivo que afecte directamente los
intereses de estos grupos económicos, todo lo cual lo único que deja ver es
precisamente la ausencia del germen democrático que antes mencionábamos.
Pero donde más se
hace visible que lo existente en nuestro país es una oligarquía, es en las
relaciones sociales y las condiciones materiales de las clases oprimidas. De
nada vale diseñar un sistema que de la falsa apariencia de democracia, si fuera
de ese espacio político-institucional se reproducen –ya no de manera
encubierta- explicítamente los sistemas de jerarquización social, incluso asimilables
al señoraje del Medioevo. Para verificar esto solo hace falta un mínimo sentido
común. Observe como se desenvuelve las relaciones sociales, bajo que hábitos,
conductas, cultura, imaginarios, interrelación laboral, y se dará cuenta de la
obvia situación de sujeción de los
muchos a los pocos. En todo acto, por más mínimo y cotidiano que sea, se
reproducen relaciones de poder que colocan a una clase mínima en una posición
dominante.
Algunos
especialistas en ser ambiguos y medias tintas, aquellos que con su posición
indeterminada y vacilante hacen el juego al sistema oligárquico, llegan a la
conclusión de que las realidades que escuetamente he mencionado, son
consecuencia de una democracia de baja intensidad o democracia débil, no así de
una oligarquía. Defensores de la determinación de la democracia por vía de
contingencias históricas, en base a lo cual la democracia liberal decimonónica
resulta ser verdaderamente democracia acorde con su contexto histórico. En tal
sentido, en el contexto histórico dominicano nuestra democracia es débil, pero
es democracia, como consecuencia de una transición evolutiva que falta por
desarrollarse. Esto es totalmente falso. Si tomamos el proceso de
democratización en términos graduales y no absolutos, ¿en qué umbral se determinaría
lo que es una democracia débil y lo que es una oligarquía? Los elementos de
dominación han cambiado, pero el sistema dominante no. Muestra de ello es la
experiencia en otros países de Latinoamérica, en los cuales los nuevos
elementos de dominación fueron derrotados, debiendo la oligarquía, con su
mentor el imperialismo, retomar las prácticas que se pensaron erradicadas en la
“democracia”: complots, golpes de estados, intentos de asesinatos, etc.
Al final, lo que
determina la existencia de una democracia o no, serán las relaciones de poder
existentes. En República Dominicana, estas relaciones de poder están inclinadas
a un mínimo grupo.
III.
Hacia una nueva
democracia.
Nuestra realidad
nos coloca en la posición de concentrar todos los esfuerzos y lucha en la
construcción de una democracia en la República Dominicana. Democracia que hasta
el día de hoy no ha existido. Una democracia que considere a la persona como
punto central y finalidad de la misma. Pero no en su dimensión individualista,
sino como ente que necesariamente tiende a agruparse con otros para la
consecución de un fin. Un fin orientado al bien común y bienestar general de
esos que históricamente han estado en una situación de opresión e
invisibilidad. A esos que constituyen la mayoría del pueblo dominicano.
Una democracia
electoral que permita a los ciudadanos participar en igualdad de condiciones en
los procesos electorales, configurándose una especie de discriminación política
positiva a favor de quienes se encuentre en situaciones materiales de
desigualdad, haciendo énfasis en ese ciudadano llevado a condiciones de
igualdad como fundamento del sistema democrático y no la errada concepción
liberal que coloca a los partidos en ese lugar.
La democratización
de la sociedad debe llegar a todos los ámbitos, incluyendo esencialmente el
económico. De nada vale la democratización en otros ámbitos si la concentración
económica no permitirá que esta se desarrolle en forma adecuada y acorde con
los derechos fundamentales de cada persona. El ciudadano debe tener la facultad
de decidir sobre los asuntos más importantes de la vida económica que inciden
sobre sus condiciones materiales de existencia, no pudiendo estar dejada esa
facultad a los ambiciosos intereses minoritarios de las clases opulentas. Los
medios de producción estratégicos que tengan carácter nacional, especialmente
aquellos que implican recursos naturales, deben pasar a manos del Estado para
una justa distribución de la producción. Por su parte, en caso de aquellos
medios producción de menor magnitud, debe fomentarse la propiedad social,
comunitaria y cooperativa, donde las relaciones laborales se den en una total
igualdad y no se reproduzcan los sistemas de jerarquización actuales. El
producto del trabajo en éstos nunca será enajenado a quien lo produce, puesto
que los beneficios del mismo serán equitativamente distribuidos entre los
trabajados agrupados voluntariamente.
Por último,
atendiendo a la brevedad del presente ejercicio de curiosidad y anhelo
político, se hace imprescindible la democratización de los medios de
comunicación. La importancia en este sentido radica en el efecto que éstos
tienen en la conformación de la opinión pública en las personas. La libertad de
expresión y la obtención de información veraz y no sujeta a manipulaciones,
hace necesario el asalto del pueblo sobre los medios de comunicación,
diversificando los mismos y estableciendo limitantes rigurosas a la influencia
del capital en la captación oligopólica de los mismos. La opinión publicada no
puede seguir determinado el pensamiento dominante de la sociedad, cuando solo
la opinión pública es legítima, y esta última pertenece al pueblo y a nadie
más.
Son estos solo unos
cuantos aspectos necesarios para iniciar la ruta hacia el camino de la
democratización y autodeterminación efectiva de nuestro pueblo. Sería el inicio
en la construcción de un sistema alternativo en el cual, tal y como decía el
profesor Bosch, la democracia no sea una palabra hueca. El comienzo de la
verdadera liberación e independencia del pueblo dominicano iniciada por nuestros
padres de la patria. Y decimos el inicio por que la democracia que inicie con
este umbral mínimo no puede detenerse allí, sino que debe proseguir hacia una
cada vez más plena realidad que tenga como finalidad la deseada emancipación
del dominicano y el ser humano en sentido general.
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