martes, 11 de agosto de 2020

Sobre la "La Razón Populista" de Ernesto Laclau (2/2)

 

En una primera parte de esta entrada comenté algunos aspectos centrales del libro “La Razón Populista” de Ernesto Laclau, entre ellos la noción de “populismo” y los elementos que la estructuran en los hechos: 1) La formación de una frontera interna antagónica que separa el pueblo del poder; y 2) La articulación equivalencial de demandas que hacen posible el surgimiento del pueblo; 3) La unificación de las demandas en torno a un significante vacío.

En esta segunda parte trataré otros aspectos que complementan a los ya citados y que forman parte de la teoría que Laclau desarrolla en el libro comentado. Se trata de los conceptos de significantes flotantes y heterogeneidad social. A través de los mismos Laclau fortalece la versión simplificada de su teoría ante escenarios mucho más complejos, que son los que usualmente predominan.

Como ya había explicado en la primera parte, un significante vacío se genera a partir de la asunción de una demanda particular como totalizadora de las otras demandas. Pero Laclau advierte que la generación de dicho significante vacío está sometida a una tensión inestable entre dos extremos: la subordinación de las demandas particulares al significante vacío y la autonomización de la demanda que constituye dicho significante. La unitelarización del momento de subordinación, según Laclau, convertiría a los significantes populares “en una entelequia inoperante incapaz de actuar como fundamento para las demandas democráticas.” Por otro lado, la autonomización más allá de cierto límite conduciría a “una lógica pura de las diferencias y al colapso del campo equivalencial”.

Lo que Laclau pretende expresar reside en lo siguiente: Si bien es cierto que un significante vacío se constituye a partir de una demanda particular incluida una cadena equivalencial de demandas y que pasa a representarse como universal, la subordinación de las demás demandas no puede llegar a un punto en que dicho significante no reciba cierta presión de éstas. Lo contrario, tal y como expresa Laclau, conduciría a la inoperancia del significante vacío como elemente unificador de las demandas.

Por otro lado, una autonomización extrema de la demanda convertida en significante vacío, la emergencia de su particularismo por sobre su función totalizante, terminaría en una segmentación de dicha demanda y las demás, pasando de una lógica de las equivalencias a una lógica de las diferencias. Es decir, de ser irresolubles de manera particular al formar parte de una cadena amplia que encuentra solidez en el significante vacío, pasarían a ser resueltas una por una y de manera diferencial. Se trata de la expresión de lo político en el primer caso, y de la simple administración institucional en el segundo.

Aparte de esta tensión inherente a la constitución del significante vacío, Laclau identifica otra de igual o mayor importancia en la operación populista. Como quedó expresado en la entrada anterior, aparte del significante vacío que sirve de unificación de las demandas, para que una operación populista sea exitosa es necesario la generación de una frontera dicotómica (El pueblo Vs. “El Poder”). Laclau sostiene que puede ser posible que, sin llegar a desaparecer, la frontera dicotómica se desdibuje como consecuencia de que “el régimen opresivo se vuelve el mismo hegemónico, es decir, intenta interrumpir la cadena equivalencial del campo popular mediante una cadena equivalencial alternativa, en la cual algunas de las demandas son articuladas con eslabones totalmente diferentes.”

De lo que se trata en estos casos es que las mismas demandas reciben la presión estructural de proyectos hegemónicos rivales. Según Laclau esto genera una autonomía del significante popular distinta a la que anteriormente he mencionado. Ya no se trata de que el particularismo de la demanda se hace independiente de la articulación equivalencial, “sino que su sentido permanece indeciso entre fronteras equivalenciales alternativas.” Por considerar que el sentido de estos significantes no se encuentra definido y, en cambio, se encuentra suspendido, Laclau los denomina significantes flotantes.

El libro coloca un ejemplo muy ilustrativo para explicar la tensión que lleva a un significante a un estado de suspensión y, por tanto, a ser considerado como flotante. Laclau hace referencia al caso estadounidense. Según el autor hubo un momento en que la defensa del “hombre humilde” (small man) contra el poder, dejó de asociarse con el discurso de la izquierda estadounidense, como en el caso del New Deal, y comienza a vincularse con la “mayoría moral”, usualmente vinculada a la derecha. Pensemos contemporáneamente en el “make america great again” de Donal Trump y en las adherencias que ha conseguido en la población blanca y trabajadora de los Estados Unidos.[1]

En el caso dominicano me parece que existe un ejemplo histórico que permite ilustrar el funcionamiento de un significante flotante y la presión generada por campos rivales para apropiarse del mismo. Se trata de la demanda por la “reforma agraria”. En principio una demanda propia de los sectores de izquierda y progresistas de la República Dominicana, pero que terminaría siendo en parte apropiada por Joaquín Balaguer durante los muy conocidos 12 años.

Lo anterior no es más que una dinámica propia de la hegemonía, la cual tiene dos características que me interesan resaltar en estos momentos: es siempre inestable y contestada. El modo en que se va definir el sentido del significante dependerá precisamente de una lucha hegemónica, es decir, de una lucha por hacer un proyecto hegemónico. En el caso dominicano no caben dudas de cual proyecto terminó siendo hegemónico.

Laclau sostiene que “las categorías de significantes vacíos y flotantes son estructuralmente diferentes. La primera tiene que ver con la construcción de una identidad popular una vez que la presencia de una frontera estable se da por sentada; la segunda intenta aprehender conceptualmente la lógica de los desplazamientos de esa frontera.” Mientras que los significantes vacíos parten de la constitución de una frontera dicotómica estable, los significantes flotantes parten de una frontera dicotómica inestable, sujeta a desplazamientos. ¿De qué lado se pondría el campesino dominicano? ¿Del lado del balaguerismo o del antibalaguerismo? ¿Quién podía articular mejor sus demandas y darles sentido a través de significantes? Este tipo de cuestionamiento precisamente refiere al desplazamiento de la frontera dicotómica como consecuencia del surgimiento de significantes flotantes.

Otro aspecto desarrollado por Laclau en su libro tiene que ver con la cuestión de la heterogeneidad social y está directamente vinculado, al igual que la cuestión de los significantes flotantes, con la constitución de la frontera antagónica que tanto he mencionado.

Como he expresado más arriba, si bien la constitución de un significante vacío implica que una demanda particular dentro de una cadena equivalencial de demandas asuma un carácter universal, esto no podría conllevar que las demandas que integran la cadena pierdan toda particularidad. El significante, para no quedar convertido en una “entelequia inoperante”, debe recibir cierta presión de los particularismos de las demandas que articula. Al final, el hecho de que todas las demandas individuales en su propia individualidad se oponen al mismo régimen opresivo “es la razón de que pueda establecerse una comunidad equivalencial entre ellas.”

Sucede que una demanda puede no ser incorporada a la cadena equivalencial porque se opone “a los objetivos particulares de demandas que ya son eslabones de esa cadena”. En este punto Laclau pasa a sostener que una cadena equivalencial no solo se opone a un poder antagónico, “sino también a algo que no tiene acceso a un espacio general de representación.” Sin embargo, aclara, oponerse en este caso no es lo mismo, ya que un campo antagónico es representado como el inverso negativo de una identidad popular que es inherente a la constitución de la misma, mientras que la oposición de ese “algo” que no tiene acceso a representación es un simple “dejar a parte”, no da sentido a la identidad de lo que está adentro. Este “algo a parte”, esta exterioridad, es lo que lo Laclau denomina heterogeneidad social.

Al igual que un significante puede verse suspendido de conformidad con la lógica de los significantes flotantes a los que ya he hecho referencia, esta exterioridad considerada como heterogeneidad social no se encuentra nítidamente identificable. Muy por el contrario, se ve constantemente en una tensión con lo “interno” y “homogéneo”, por lo que la discusión para Laclau pasa a reinscribirse en las identidades populares dentro de una compleja articulación entre lo heterogéneo y homogéneo. Esta tensión se justifica por el hecho de que no existe un terreno dominado por la homogeneidad pura o la representabilidad plena, es decir, no existe un terreno donde el “pueblo” y su “otro antagónico” se encuentren previamente determinados en un espacio absolutamente saturado. Toda internalidad va estar siempre “amenazada por una heterogeneidad que nunca es exterioridad pura porque habita en la propia lógica de la constitución interna.”

Para Laclau el antagonismo que permite constituir la frontera política siempre parte de la heterogeneidad, es decir, de elementos no homogéneos y externos a la propia fuerza antagonizante. Lo que esto quiere decir es que en la constitución de la relación antagónica no existen “puntos privilegiados de ruptura y disputa a priori; los puntos antagónicos particularmente intensos sólo pueden ser establecidos contextualmente y nunca deducidos de la lógica interna de ninguna de las dos fuerzas enfrentadas tomadas en forma aislada.”

A partir de esta idea Laclau fundamenta su crítica al marxismo clásico, el cual, bajo lo que el autor considera como “esencialismo de clase”, coloca a la relación proletariado-burguesía como una relación antagónica preestablecida y dada al margen de todo contexto y contingencia. En su concepción, “no hay motivo para que las luchas que tienen lugar dentro de las relaciones de producción deban ser los puntos privilegiados de una lucha global anticapitalista.” En definitiva: “es imposible determinar a priori quiénes van a ser los actor hegemónicos en esa lucha.”

La construcción del pueblo no pasa por una frontera antagónica que ve los bandos colocados de manera predeterminada, tal y como supuestamente hace el marxismo clásico. En dicha tradición el pueblo es asimilado con el proletariado y el poder opresor con la burguesía, estando determinado el antagonismo en una cuestión aparentemente objetiva y general: Las relaciones sociales de producción y la colocación de uno y otro frente a los medios de producción. Toda parte colocada al margen de esta posición objetiva frente a los medios de producción sería considerada como un exterior[2], como parte relegada a los intersticios de la historia, incapaz, por tanto, de convertirse en sujeto histórico. Aquí lo común de las demandas en la cadena equivalencial estaría justificado en la oposición a la explotación de la burguesía y dicha oposición estaría probada en el hecho objetivo de la explotación[3] misma -generación de plusvalor como consecuencia de la apropiación de parte del trabajo-.

Al contrario, Laclau sostiene, como ya he establecido, que esta representación plena y absoluta de la frontera antagónica no es posible y que la representación de esta última siempre está sujeta a desplazamientos provocados por la intervención del “exterior”, el cual precisamente se vuelve constitutivo de la identidad popular y, por tanto, de la propia frontera antagónica. La constitución de la identidad popular no estará explicada por la posición objetiva -explotación- del proletario frente a los medios de producción, sino por la motivación externa a dicha posición objetiva que se construya a partir de la articulación con otros actores políticos -“externos”-, como por ejemplo el campesinado, el lumpemproletariado, etc.

Por todo lo anterior, es a partir de cada lucha hegemónica concreta y situada que se determinan cuáles actores políticos se identificarán con el pueblo, cuáles serán considerados como antagonistas del mismo y qué segmento sencillamente quedará en el exterior del espacio de representación dominado por la frontera antagónica entre los dos primeros. La forma en que de manera contingente se construye la frontera entre el pueblo y su antagónico es explicada por la operación de los significantes flotantes. Por otro lado, la forma en que de manera contingente se identifican como pueblo a determinados actores sociales que no han sido predeterminados, es explicada por la operación de la heterogeneidad social y la tensión constante entre lo “interno” y lo “externo”. Con ello Laclau da cierre a su teoría general sobre el populismo.

[1] Esta entrada la escribí algunas semanas antes de las más recientes elecciones estadounidenses, en las cuales quedó comprobado como el populismo, en tanto lógica de expresión de lo político, puede darle cauce a un proyecto de derecha como el defendido por Donald Trump.

[2] Piénsese, por ejemplo, en el lumpemproletariado o la pequeña burguesía.

[3] Es bueno aclarar, ya que suele haber mucha confusión en dicho sentido, que para Marx la explotación no tiene precisamente el sentido que comúnmente le atribuimos. No se considera la explotación necesariamente como un “abuso”, un “mal trato”, entre otros que evidentemente refieren una percepción subjetiva. Para Marx la explotación es un hecho objetivo explicado en la siguiente situación: Los trabajadores dedican un mayor tiempo de trabajo del que realmente se le es retribuido por su fuerza de trabajo. A esta diferencia se le llama plusvalía y la operación que la permite es a lo que Marx llama explotación. De esta explicación se deriva que en términos marxistas cuando hablamos de proletariado no se trata de un sinónimo de “probres”, aunque usualmente el proletariado tenga escasos ingresos. Igual, al hablar de burguesía no se trata de un sinónimo de ricos, aunque usualmente la burguesía tenga considerables ingresos. Se trata de dos clases cuya constitución parte de su posición objetiva frente a los medios de producción y, sobre todo, a la cuestión de la explotación.

Sobre "La Razón Populista" de Ernesto Laclau (1/2)


Si existe una pregunta y una consecuente respuesta para resumir la teoría desarrollada por Ernesto Laclau en “La razón populista”, esa pregunta y esa respuesta serían las siguientes: ¿Qué es el “pueblo”? El “pueblo” es la lucha. En esta entrada –que será dividida en dos partes- realizo algunos comentarios sobre el pensamiento de Laclau en el libro citado, claro está, bajo la advertencia de la evidente generalidad de los mismos dadas las condicionantes de un espacio como éste.

Ernesto Laclau fue un pensador argentino que desarrolló la mayor parte su obra en Europa, sobre todo en Inglaterra. Junto con quien hoy es su viuda, Chantal Mouffe, usualmente es ubicado dentro de los pensadores políticos denominados como “posmarxistas”[1]. Es muy conocido por sus teorías sobre el “populismo” y discutido ampliamente en los espacios de pensamiento político. Su libro “La razón populista” precisamente concentra sus ideas respecto a este tema de gran relevancia en la política actual.

Las razones que me llevaron a leer “La razón populista” se encuentran altamente vinculadas con lo latente de su contenido en la discusión política vigente. Por demás, ya había leído algunos trabajos de Laclau de menor extensión y me generaron bastante empatía las breves explicaciones del fenómeno populista dadas en los mismos. Se trata de una visión que trastoca las inferencias de sentido común derivadas de la excesiva connotación negativa que usualmente se le da al término “populismo”. Por último, me pareció necesario estudiar el libro para compartir mis propias reflexiones y ofrecer un sentido distinto a aquellas que se han producido en el país sobre el pensamiento de Laclau.[2]

Lo primero es que el contenido del libro puede resultar un poco complejo y por tanto requiere de un poco de paciencia para su lectura, además de una complementación de información a medida que se va avanzando en él. [3] Por ello mis comentarios serán meramente aproximativos y en base a lo que pude captar. Cualquier opinión divergente sobre lo aquí expresado es por tanto bienvenida y permitiría enriquecer más el análisis a través de su problematización.

Laclau desarrolla ideas propias de la teoría política, la psicología social, el psicoanálisis, la lingüística, la filosofía, etc., y para entender algunos pasajes del libro es necesario tener conocimientos mínimos en estas ramas. Sin embargo, entiendo que el aparato teórico fundamental para manejar nociones previas que permitan entender a Laclau viene dado por el pensamiento de Antonio Gramsci y su conceptualización de la “hegemonía.”

El prefacio del libro plasma el fundamento del enfoque atribuido a las ideas contenidas en el mismo. Según Laclau, dicho enfoque “parte de una insatisfacción básica con las perspectivas sociológicas que, o bien consideraban al grupo como la unidad básica del análisis social, o bien intentaban trascender a esa unidad a través de paradigmas holísticos, funcionalistas o estructuralistas.” A partir de esta insatisfacción su trabajo va dirigido a procurar una superación de estos abordajes y a explicar bajo otros supuestos la lógica de la formación de las identidades colectivas. Mientras para los enfoques citados la unidad de análisis es el grupo -como predeterminado-, para Laclau dicha unidad de análisis serán las demandas, explicando como a través de la articulación de las mismas se constituye el grupo –es decir que no sería  predeterminado sino consecuencia de dicha articulación-. El “populismo” sería la lógica social a través de la cual esta articulación se produce. No es un fenómeno delimitable, sino un modo de construir “lo político”.

Con lo dicho anteriormente quedan claras algunas cosas. El populismo no es una “algo” delimitable, tampoco una ideología, corriente de pensamiento u otras cuestiones con las que usualmente se confunde. El populismo es más bien una dinámica, un quehacer, una forma, un modo de operar a través del cual “lo político” se manifiesta en una sociedad. Ya sea el nacionalsocialismo alemán o la revolución francesa, a lo que el populismo refiere no es tanto al contenido de un proyecto que se hace hegemónico, sino a la forma en que dicho proyecto adquiere esa hegemonía.

Esta forma tiene como parte inherente a sí la introducción de elementos retóricos y nominaciones –referencia a palabras- que no pueden ser aprehendidas conceptualmente. Por esta razón una de las principales críticas al populismo va dirigida a la supuesta irracionalidad y vacío argumentativo y conceptual que se deriva del mismo. Sin embargo, Laclau entiende a esas cualidades como parte de una racionalidad social inherente a su lógica política, cuya aprehensión conceptual ha sido excluida a priori por la racionalidad política que las critica. En palabras más sencillas: esas críticas no llegan a entender que estas cualidades del populismo son inherentes a la racionalidad que sustenta el mismoEl autor sostiene al respecto lo siguiente: “La relativa simplicidad y el vacío ideológico del populismo, que es en la mayoría de casos el preludio de su rechazo elitista, deberían abordarse en términos de qué es lo que intentan performar esos proceso de simplificación y vacío, es decir, la racionalidad social que expresan.”

¿Por qué es importante esta simplicidad o vacío ideológico del populismo? Porque solo a través de estas cualidades se puede completar la operación a través de la cual se construye “el pueblo”. Para explicar cómo esto sucede es necesario comprender previamente la noción de hegemonía.

La noción gramsciana de hegemonía refiere a la capacidad de un grupo o sector dentro de una determinada sociedad de hacer ver sus percepciones, valores, intereses o creencias como estándares de validez universal. Es decir, la capacidad de ese grupo o sector de hacer ver sus intereses particulares como los intereses de la totalidad social, como los intereses universales. Una vez se concretiza dicha capacidad, los intereses particulares hechos ahora universales se toman como elementos naturales de la sociedad, como un orden dado y no puesto. Por ende, al analizar profundamente el orden de una sociedad que surge como consecuencia de una operación hegemónica, podemos llegar a la conclusión de que a dicho orden no se arribó a través de un proceso lineal, natural y racional, sino por el predominio de un particular sobre otros particulares, haciéndose ver ahora como universal.

De lo anterior se colige que un orden se constituye como el resultado de una pugna de entidades diferenciadas que termina con una de esas entidades asumiendo la representación de la totalidad. Para ilustrar un poco lo que he dicho propondré el siguiente ejemplo –ojalá no resulte muy forzado o trivial-:

Todos conocemos la forma predominante en que se organiza un aula escolar. Usualmente el profesor ocupa un escritorio mucho más amplio que la butaca de los estudiantes, se encuentra posicionado en un nivel de visibilidad superior a éstos y su intervención representa la mayor parte del desarrollo de la clase, en tanto se da por sentado que éste es quien tiene los conocimientos que serán transmitidos a los destinatarios, es decir a los estudiantes. En fin, las aulas escolares se encuentran tradicionalmente organizadas bajo un esquema que impone el posicionamiento jerárquico del profesor por sobre los estudiantes.[4] ¿Quiere lo anterior decir que esta es la única forma en que puede ser organizada un aula? ¿Responde esta forma de organización a una predeterminación natural y universal? Evidentemente que no. Podrían existir múltiples formas y lógicas distintas de organización de un aula escolar y de la participación en la misma. Sin embargo, no sería para nada extraño que muchos estudiantes y profesores entiendan que la forma de organización que he ilustrado es la natural, que es una forma dada y no puesta. Es decir, existe un consenso sobre la validez de la misma, por lo que no es necesario imponerla por la fuerza. La razón de ello reside precisamente en que esta forma particular de organización se ha sobrepuesto a las demás y se ha erigido como estándar de validez universal, como una totalidad. Pero al final, por la forma en que se ha instituido como universal, resulta claro que la realidad que se deriva de esa forma de organización es contingente y, en consecuencia, siempre sujeta a ser contestada y transformada.

El ejemplo anterior intenta representar a partir de un escenario reducido y cotidiano la forma en que opera la hegemonía. Para generar la ejemplificación evidentemente se pierde cierto rigor conceptual que en cambio podría conseguirse en un plano de abstracción mucho mayor. Si bien es cierto que la organización del aula escolar que he descrito se entiende comúnmente como la válida y más universal, no resulta tan difícil darse cuenta que otros tipos de organizaciones son posibles y que, por tanto, la misma es contingente. Pero la cuestión cambia cuando ya no estamos refiriéndonos al ámbito reducido de un aula escolar, sino a la forma misma en que se organiza la sociedad y bajo los fundamentos que lo hace, al sentido predominante que se le da a la democracia, a los derechos, a las formas de producción, al trabajo, a la individualidad, etc. Es decir, se hace más difícil comprender que las nociones predominantes sobre todos estos aspectos son en verdad percepciones, valores e intereses particulares de un determinado sector social que se han hecho universales.

Una pregunta consecuente a lo que he intentado de explicar brevemente sería la siguiente: ¿Cómo entonces esos determinados sectores pueden hacerse hegemónicos, es decir, hacer ver sus intereses particulares cómo universales? Aquí entran en escena dos precondiciones que Laclau atribuye al populismo y que solo pueden lograrse a través de los procesos de simplificación y vacío a los que habíamos hecho referencia: 1) La formación de una frontera interna antagónica que separa el pueblo del poder; y 2) La articulación equivalencial de demandas que hacen posible el surgimiento del pueblo.

Si afirmamos que la operación hegemónica se produce mediante la representación de intereses particulares de unos sectores como si fueran universales, evidentemente podemos entender que dichos sectores deben ser concebidos como la totalidad –aunque cuantitativa y empíricamente no lo sean-. Esta totalidad se constituiría por los propios intereses de los sectores y por otros que puedan articular dentro de sí. Un punto de identificación de estos intereses sería la contradicción con otros intereses que son antagónicos y que por tanto no pueden ser articulados en la operación. Entonces, si en un determinado momento se contraponen dos sectores cuyos intereses son irreconciliables, y uno de ellos como parte que pretende la hegemonía se afirma a sí mismo como representante la totalidad, necesariamente tiene que producirse la exclusión del otro. Es aquí donde se forma una frontera interna que separa a quienes se han constituido en “pueblo”  de quienes se contraponen a ese “pueblo”.

Este es uno de los aspectos del populismo más criticados: la supuesta inoculación del odio social, la ‘’división’’ de la sociedad y la creación un “pueblo” y un “antipueblo”. Lamentablemente para estos críticos la realidad histórica demuestra que esto es una condición fundamental de la lucha política.

Pongamos el ejemplo de la Revolución Francesa. A la clase burguesa le habría sido imposible producir dicha revolución si no se consideraba como sector representante de una totalidad que articulaba intereses de otros sectores con un punto de identificación en el rechazo al absolutismo. De forma más simple: la revolución no habría sido posible si la burguesía, como clase que pretendía alcanzar hegemonía, no se hubiera identificado a sí misma como el “pueblo francés”. ¿Quiere decir esto que el Rey y los miembros de la aristocracia no fueran franceses? Claro que no. Lo que quiere decir es que no formaban parte del “pueblo”, entendiendo a éste no como un ente predeterminado –conjunto de todos los franceses-, sino como instituido a partir de la propia lucha política –quienes asumen la representación de la totalidad y luchan contra quienes afectan los intereses de esa totalidad-. La exclusión de una entidad y la constitución de una frontera antagónica respecto de la misma son condiciones absolutamente necesarias para comprender el terreno de lo político. ¿O es que estos críticos, para citar otro ejemplo, consideran que el “We the people” de la Constitución estadounidense no se trataba en verdad de la clase propietaria de dicho país identificándose a sí misma como el “pueblo” que se impuso al colonialismo británico?

Si bien queda entendida la necesidad de la constitución de esta frontera antagónica, aún quedaría explicar la forma en que se genera la identidad de los distintos intereses que participan con el sector que pretende hegemonía. Es decir, cómo a partir de la articulación de estos intereses se construye “el pueblo”, o de manera ejemplificativa: cómo la clase burguesa de la revolución francesa pudo articular en sí los intereses de la clase campesina y trabajadora para constituirse en “el pueblo francés” y enfrentar al absolutismo. Aquí entra en escena lo que Laclau denomina “significantes vacíos” y la unidad mínima de su análisis que se corresponde a la categoría de “demanda social”.

Las personas que conviven en una determinada sociedad presentan constantemente insatisfacciones particulares. Estas insatisfacciones producen la necesidad de pedir la solución de las mismas, o más drásticamente, reclamar esa solución, demandarla. Las mismas pueden ser solucionadas y allí terminaría el problema, pero también pueden quedar irresueltas. En caso de suceder lo segundo esas personas empiezan a notar que otras tienen igualmente insatisfacciones que se han traducido en demandas que no encuentran solución. Según Laclau, si la situación permanece igual por un determinado período de tiempo, “habrá una acumulación de demandas insatisfechas y una creciente incapacidad del sistema institucional para absórbelas de un modo diferencial (cada una de manera separada a las otras) y esto establece entre ellas una relación equivalencial.”

A las demandas que, satisfechas o no, permanecen aisladas, Laclau las llama “demandas democráticas”. En cambio, a la pluralidad de demandas que, a través de su articulación equivalencial, ‘’constituyen una subjetividad social más amplia’’, Laclau las llama demandas populares. Entonces lo que sigue es agregar otra precondición del populismo: No basta con la constitución de la frontera antagónica ni con articulación equivalencial de las demandas insatisfechas –intereses-. Hace falta la unificación de estas demandas en un sistema estable de significación que permita generar la identidad colectiva.

Como expresara anteriormente citando a Laclau, mientras más se incrementan las demandas insatisfechas en una sociedad durante un considerable período de tiempo, menor será la capacidad del sistema institucional de resolverlas una por una, y mayor la probabilidad de que éstas encuentren un denominador común a partir del cual se conteste el sistema por completo.  Al contrario, si dichas demandas pueden ser atendidas de manera diferencial –una a una- por el sistema institucional, la probabilidad de que las mismas encuentren puntos de identificación para contestar ese sistema será reducida. A lo primero Laclau lo denomina “lógica de la equivalencia”, a lo segundo “lógica de la diferencia”.

Mientras el Estado pueda solucionar de manera diferencial las distintas demandas, el riesgo de entrar en una crisis de legitimidad será menor. Esto es parte inherente a la noción de hegemonía, la cual para ser efectiva no solo requiere de hacer prevalecer intereses particulares como universales, sino también de rearticular las demandas e introducirlas en el propio discurso hegemónico. El reconocimiento sin rupturas radicales previas de ciertos derechos de los trabajadores puede responder a esta lógica. Otro ejemplo un poco más reciente es el de la demanda por la asignación presupuestaria del 4% del PIB a la Educación. Dicha demanda tenía todas las condiciones para constituirse en un significante vacío –como veremos más adelante- y representar una cadena equivalencial de demandas insatisfechas más allá del tema educativo. Sin embargo, fue absorbida de manera diferencial por el sistema institucional y ahora pasó a formar parte del propio discurso gubernamental.

Si en cambio las demandas no pueden ser solucionadas de manera diferencial y se incrementan sin encontrar satisfacción, podrán formar parte de una cadena de demandas que tienen en común la insatisfacción con el sistema institucional. Pero para consolidar esta cadena equivalencial se hace necesario la construcción de una identidad común que permita representar la totalidad. A fin de lograr lo anterior las distintas demandas deben claudicar parcialmente a sus particularidades, “destacando lo que todas las particularidades tienen, equivalentemente, en común.” Para Laclau esto solo puede lograrse mediante la representación de la universalidad de la cadena equivalencial a expensas del reclamo particular de cada una de las demandas. A su vez, esta representación solo puede lograrse a través de un “significante vacío”, que como su nombre indica es un significante sin contenido concreto.  Laclau, comentando a uno de los muchos autores que cita en el libro, afirma lo siguiente: “Si el instinto nivelador puede aplicarse a los contenidos sociales más diferentes, no puede, él mismo, poseer un contenido propio. Esto significa que esas imágenes, palabras, etcétera, mediante las cuales se lo reconoce, que otorgan a sucesivos contenidos concretos un sentido de continuidad temporal, funcionan exactamente como lo que antes hemos denominado significantes vacíos.”

De lo que he explicado brevemente en el párrafo anterior se extrae una conclusión que nos redirige a una de las principales críticas al populismo: Una pluralidad de demandas unificadas en una cadena de equivalencias sólo puede consolidarse mediante “la construcción de una identidad popular que es cualitativamente algo más simple que la suma de los lazos equivalenciales.” Esa simpleza de la identidad popular viene dada por hecho de que para alcanzar la misma –persistiendo en la dinámica de la hegemonía- es necesario que una demanda particular pase a constituirse en una significación universal de la cadena total de demandas. Para lograr esto debe entrar en escena un giro retórico que, muy lejos de ser simple demagogia, forma parte del populismo como dinámica a través de la cual “lo político” se manifiesta en una sociedad.

Lo retórico se manifiesta en el hecho de que la constitución de la demanda particular en la significación universal no es consecuencia de una abstracción. Esto quiere decir que la operación no se concretiza a través de la inclusión de los distintos contenidos concretos de las otras demandas particulares en la demanda que adquiere significación universal, entendiendo a ésta última como abstracción de las primeras y, por tanto, afirmando la posibilidad de su aprehensión conceptual. Al contrario, esta significación universal es consecuencia de un vacuidad que ejerce una función de representación, de la pulsión hacia un objeto que se hace totalidad. Según Laclau, “es por esto que una cadena equivalencial debe ser expresada mediante la catexia[5] de un elemento singular: porque no estamos tratando con una operación conceptual de encontrar un rasgo común abstracto subyacente en todos los agravios sociales, sino con una operación perfomativa que constituye la cadena como tal.”

Si contrario a lo que en mi opinión sucedió con la lucha del 4% para la Educación, dicha demanda hubiera cedido parcialmente su particularidad para intentar erigirse en un significante vacío que representara una cadena equivalencial de demandas insatisfechas diversas, el resultado habría sido distinto. De lo que hablamos aquí es que el particular “4% para la Educación” fungiera como significación universal de una gran cantidad de demandas que no están ni siquiera vinculadas con el ámbito educativo y que involucran a otros sectores no insertos en la lucha concreta por el 4%. De haberse concretizado esta operación la expresión “4% para la Educación” habría sufrido un desplazamiento retórico, de su sentido literal se habría pasado a uno figurativo. Desde el punto de vista de la retórica clásica a la que Laclau hace referencia, se habría producido una catacresis[6]. Ya “4% para la Educación” no significaría la asignación presupuestaria de dicho porcentaje del PIB al gasto funcional en materia educativa, sino una expresión figurativa para representar un conjunto de demandas que forman una cadena equivalencial. Asimismo, se habría producido lo que, siguiendo la retórica clásica traída a colación por Laclau, se denomina sinécdoque[7]: una parte (4% para la educación) habría representado al todo.

Para colocar otro ejemplo retrotraigámonos históricamente al año 1965 y analicemos la revolución de abril a través de las categorías que permiten comprender el populismo. Es innegable que al producirse dicho momento histórico existían varias demandas insatisfechas por el sistema institucional que se había constituido a partir del golpe de Estado al gobierno de Bosch. Dentro de dichas demandas cobraba especial relevancia la de retomar la Constitución de 1963 que había sido abolida por el golpe de Estado. Dicha demanda pasó entonces de ser una pretensión particular concreta a constituirse en un significante universal de otras demandas particulares que formaban parte de una cadena equivalencial. La consigna o, para aplicar las categorías laclaunianas, el significante vacío a través del cual esto se produjo, todos lo conocemos: “La vuelta a la constitucionalidad.”

Posiblemente muchas de las personas que participaron activamente en la revolución de abril de 1965 ni siquiera sabían que decía la Constitución de 1963 por cuya restauración luchaban. Sin embargo, eran sujetos de demandas concretas que encontraban un punto de identificación en este significante, al punto tal de que quienes participaron en este bando de la contienda fueron denominados “constitucionalistas”, un adjetivo que no tiene ningún sentido al margen del significante vacío que se generó en ese momento histórico. Estos “constitucionalistas” pasaron a asumirse a sí mismos y a sus partidarios como el “pueblo dominicano”, es decir, como particulares que asumen la representación de la totalidad. En consecuencia, habría de producirse la exclusión necesaria para que se produjera una frontera política antagónica: si los “constitucionalistas” y sus partidarios se asumían como la totalidad del “pueblo dominicano”, los militares que lucharon en su contra y, posteriormente, los marines estadounidenses, no podían ser considerados como “pueblo”. Se trata de la consecución de las condiciones necesarias para que un sector pretenda hegemonía y la muestra más fehaciente de ello es que lo que siguió a dicho momento histórico fue lo que Gramsci denomina dominación: el mantenimiento de un orden constituido por unas determinadas relaciones de poder en base al uso sistemático de la fuerza, como consecuencia de la imposibilidad de generar consenso.

En el ejemplo anterior se conjugan las dimensiones estructurales necesarias para desarrollar el concepto de “´populismo”: 1) La unificación de demandas en una cadena de equivalencia; 2) La constitución de una frontera interna que divide a la sociedad en dos campos  (Constitucionalistas Vs. Golpistas y Yankees); 3) La consolidación de la cadena equivalencial mediante la construcción de una identidad popular que es cualitativamente más simple que la suma de los lazos equivalenciales (La vuelta a la constitucionalidad).

A tanto tiempo transcurrido de la revolución de abril nadie osaría en calificar como “´populistas”, en el sentido peyorativamente atribuido al término, a los militares y civiles que lucharon por la vuelta a la constitucionalidad de 1963, no obstante dicho momento histórico fue un momento eminentemente populista, en el sentido que Laclau atribuye al término: un momento en que a partir de lucha se construyó “el pueblo”. Negar y denigrar esta dinámica –la populista- como factor constatable históricamente en la conformación de un determinado orden social, no es más que obviar la propia realidad. O tal vez más bien garantizar la inexistencia de necesarios momentos de ruptura con los sistemas institucionales, preservando así el status quo.

En una segunda parte desarrollaré algunos conceptos tratados en el libro y que complementan la teoría de Laclau, entre ellos los “significantes flotantes”, la “heterogeneidad social” y la “representación.”

 

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