En una primera parte de esta entrada comenté algunos aspectos
centrales del libro “La Razón Populista” de Ernesto Laclau, entre ellos la
noción de “populismo” y los elementos que la estructuran en los hechos: 1) La
formación de una frontera interna antagónica que separa el pueblo del poder; y
2) La articulación equivalencial de demandas que hacen posible el surgimiento
del pueblo; 3) La unificación de las demandas en torno a un significante
vacío.
En esta
segunda parte trataré otros aspectos que complementan a los ya citados y que
forman parte de la teoría que Laclau desarrolla en el libro comentado. Se trata
de los conceptos de significantes flotantes y heterogeneidad
social. A través de los mismos Laclau fortalece la versión
simplificada de su teoría ante escenarios mucho más complejos, que son los que
usualmente predominan.
Como ya
había explicado en la primera parte, un significante vacío se genera
a partir de la asunción de una demanda particular como totalizadora de las
otras demandas. Pero Laclau advierte que la generación de dicho significante
vacío está sometida a una tensión inestable entre dos
extremos: la subordinación de las demandas particulares al significante
vacío y la autonomización de la demanda que constituye dicho
significante. La unitelarización del momento de subordinación, según Laclau,
convertiría a los significantes populares “en una entelequia inoperante incapaz de
actuar como fundamento para las demandas democráticas.” Por
otro lado, la autonomización más allá de cierto límite conduciría a “una lógica
pura de las diferencias y al colapso del campo equivalencial”.
Lo que
Laclau pretende expresar reside en lo siguiente: Si bien es cierto que un significante
vacío se constituye a partir de una demanda particular
incluida una cadena equivalencial de demandas y que pasa a representarse como
universal, la subordinación de las demás demandas no puede llegar a un punto en
que dicho significante no reciba cierta presión de éstas. Lo contrario, tal y
como expresa Laclau, conduciría a la inoperancia del significante vacío como
elemente unificador de las demandas.
Por otro
lado, una autonomización extrema de la demanda convertida en significante
vacío, la emergencia de su particularismo por sobre su función
totalizante, terminaría en una segmentación de dicha demanda y las demás,
pasando de una lógica de las equivalencias a una lógica de las diferencias. Es
decir, de ser irresolubles de manera particular al formar parte de una cadena
amplia que encuentra solidez en el significante vacío, pasarían
a ser resueltas una por una y de manera diferencial. Se trata de la expresión
de lo político en el primer caso, y de la simple administración institucional
en el segundo.
Aparte de
esta tensión inherente a la constitución del significante vacío, Laclau
identifica otra de igual o mayor importancia en la operación populista. Como
quedó expresado en la entrada anterior, aparte del significante vacío que sirve
de unificación de las demandas, para que una operación populista sea exitosa es
necesario la generación de una frontera dicotómica (El pueblo Vs. “El Poder”).
Laclau sostiene que puede ser posible que, sin llegar a desaparecer, la
frontera dicotómica se desdibuje como consecuencia de que “el régimen
opresivo se vuelve el mismo hegemónico, es decir, intenta interrumpir la cadena
equivalencial del campo popular mediante una cadena equivalencial alternativa,
en la cual algunas de las demandas son articuladas con eslabones totalmente
diferentes.”
De lo que se
trata en estos casos es que las mismas demandas reciben la presión estructural
de proyectos hegemónicos rivales. Según Laclau esto genera una autonomía del
significante popular distinta a la que anteriormente he mencionado. Ya no se
trata de que el particularismo de la demanda se hace independiente de la
articulación equivalencial, “sino que su sentido permanece indeciso entre
fronteras equivalenciales alternativas.” Por considerar que el
sentido de estos significantes no se encuentra definido y, en cambio, se
encuentra suspendido, Laclau los denomina significantes flotantes.
El libro
coloca un ejemplo muy ilustrativo para explicar la tensión que lleva a un
significante a un estado de suspensión y, por tanto, a ser considerado como
flotante. Laclau hace referencia al caso estadounidense. Según el autor hubo un
momento en que la defensa del “hombre humilde” (small man) contra el poder,
dejó de asociarse con el discurso de la izquierda estadounidense, como en el
caso del New
Deal, y comienza a vincularse con la “mayoría moral”,
usualmente vinculada a la derecha. Pensemos contemporáneamente en el “make
america great again” de Donal Trump y en las adherencias que ha
conseguido en la población blanca y trabajadora de los Estados Unidos.[1]
En el caso
dominicano me parece que existe un ejemplo histórico que permite ilustrar el
funcionamiento de un significante flotante y la
presión generada por campos rivales para apropiarse del mismo. Se trata de la
demanda por la “reforma agraria”. En principio una demanda propia de los
sectores de izquierda y progresistas de la República Dominicana, pero que
terminaría siendo en parte apropiada por Joaquín Balaguer durante los muy
conocidos 12 años.
Lo anterior
no es más que una dinámica propia de la hegemonía, la cual tiene dos
características que me interesan resaltar en estos momentos: es siempre
inestable y contestada. El modo en que se va definir el sentido del
significante dependerá precisamente de una lucha hegemónica, es decir, de una
lucha por hacer un proyecto hegemónico. En el caso dominicano no caben dudas de
cual proyecto terminó siendo hegemónico.
Laclau
sostiene que “las
categorías de significantes vacíos y flotantes son estructuralmente diferentes.
La primera tiene que ver con la construcción de una identidad popular una vez
que la presencia de una frontera estable se da por sentada; la segunda intenta
aprehender conceptualmente la lógica de los desplazamientos de esa frontera.” Mientras
que los significantes
vacíos parten de la constitución de una frontera dicotómica
estable, los significantes
flotantes parten de una frontera dicotómica inestable, sujeta
a desplazamientos. ¿De qué lado se pondría el campesino dominicano? ¿Del lado
del balaguerismo o del antibalaguerismo? ¿Quién podía articular mejor sus
demandas y darles sentido a través de significantes? Este tipo de
cuestionamiento precisamente refiere al desplazamiento de la frontera
dicotómica como consecuencia del surgimiento de significantes flotantes.
Otro aspecto
desarrollado por Laclau en su libro tiene que ver con la cuestión de la heterogeneidad
social y está directamente vinculado, al igual que la cuestión
de los significantes
flotantes, con la constitución de la frontera antagónica que
tanto he mencionado.
Como he
expresado más arriba, si bien la constitución de un significante vacío implica
que una demanda particular dentro de una cadena equivalencial de demandas asuma
un carácter universal, esto no podría conllevar que las demandas que integran
la cadena pierdan toda particularidad. El significante, para no quedar
convertido en una “entelequia inoperante”, debe recibir cierta presión de los
particularismos de las demandas que articula. Al final, el hecho de que todas
las demandas individuales en su propia individualidad se oponen al mismo
régimen opresivo “es la razón de que pueda establecerse una
comunidad equivalencial entre ellas.”
Sucede que
una demanda puede no ser incorporada a la cadena equivalencial porque se opone “a los
objetivos particulares de demandas que ya son eslabones de esa cadena”. En
este punto Laclau pasa a sostener que una cadena equivalencial no solo se opone
a un poder antagónico, “sino también a algo que no tiene acceso a un
espacio general de representación.” Sin embargo, aclara,
oponerse en este caso no es lo mismo, ya que un campo antagónico es representado
como el inverso negativo de una identidad popular que es inherente a la
constitución de la misma, mientras que la oposición de ese “algo” que no tiene
acceso a representación es un simple “dejar a parte”, no da sentido a la
identidad de lo que está adentro. Este “algo a parte”, esta exterioridad, es lo
que lo Laclau denomina heterogeneidad social.
Al igual que
un significante puede
verse suspendido de conformidad con la lógica de los significantes flotantes a
los que ya he hecho referencia, esta exterioridad considerada como heterogeneidad
social no se encuentra nítidamente identificable. Muy por el
contrario, se ve constantemente en una tensión con lo “interno” y “homogéneo”,
por lo que la discusión para Laclau pasa a reinscribirse en las identidades populares
dentro de una compleja articulación entre lo heterogéneo y homogéneo. Esta
tensión se justifica por el hecho de que no existe un terreno dominado por la
homogeneidad pura o la representabilidad plena, es decir, no existe un terreno
donde el “pueblo” y su “otro antagónico” se encuentren previamente determinados
en un espacio absolutamente saturado. Toda internalidad va estar siempre “amenazada
por una heterogeneidad que nunca es exterioridad pura porque habita en la
propia lógica de la constitución interna.”
Para Laclau
el antagonismo que permite constituir la frontera política siempre parte de la
heterogeneidad, es decir, de elementos no homogéneos y externos a la propia
fuerza antagonizante. Lo que esto quiere decir es que en la constitución de la
relación antagónica no existen “puntos privilegiados de ruptura y disputa a
priori; los puntos antagónicos particularmente intensos sólo pueden ser
establecidos contextualmente y nunca deducidos de la lógica interna de ninguna
de las dos fuerzas enfrentadas tomadas en forma aislada.”
A partir de
esta idea Laclau fundamenta su crítica al marxismo clásico, el cual, bajo lo
que el autor considera como “esencialismo de clase”, coloca a la relación
proletariado-burguesía como una relación antagónica preestablecida y dada al
margen de todo contexto y contingencia. En su concepción, “no hay
motivo para que las luchas que tienen lugar dentro de las relaciones de
producción deban ser los puntos privilegiados de una lucha global
anticapitalista.” En definitiva: “es imposible determinar a priori quiénes van
a ser los actor hegemónicos en esa lucha.”
La
construcción del pueblo no pasa por una frontera antagónica que ve los bandos
colocados de manera predeterminada, tal y como supuestamente hace el marxismo
clásico. En dicha tradición el pueblo es asimilado con el proletariado y el
poder opresor con la burguesía, estando determinado el antagonismo en una
cuestión aparentemente objetiva y general: Las relaciones sociales de
producción y la colocación de uno y otro frente a los medios de producción.
Toda parte colocada al margen de esta posición objetiva frente a los medios de
producción sería considerada como un exterior[2],
como parte relegada a los intersticios de la historia, incapaz, por tanto, de
convertirse en sujeto histórico. Aquí lo común de las demandas en la cadena
equivalencial estaría justificado en la oposición a la explotación de la
burguesía y dicha oposición estaría probada en el hecho objetivo de la
explotación[3] misma
-generación de plusvalor como consecuencia de la apropiación de parte del
trabajo-.
Al
contrario, Laclau sostiene, como ya he establecido, que esta representación
plena y absoluta de la frontera antagónica no es posible y que la
representación de esta última siempre está sujeta a desplazamientos provocados
por la intervención del “exterior”, el cual precisamente se vuelve constitutivo
de la identidad popular y, por tanto, de la propia frontera antagónica. La
constitución de la identidad popular no estará explicada por la posición
objetiva -explotación- del proletario frente a los medios de producción, sino
por la motivación externa a dicha posición objetiva que se construya a partir
de la articulación con otros actores políticos -“externos”-, como por ejemplo
el campesinado, el lumpemproletariado, etc.
Por todo lo
anterior, es a partir de cada lucha hegemónica concreta y situada que se
determinan cuáles actores políticos se identificarán con el pueblo, cuáles
serán considerados como antagonistas del mismo y qué segmento sencillamente
quedará en el exterior del espacio de representación dominado por la frontera
antagónica entre los dos primeros. La forma en que de manera contingente se
construye la frontera entre el pueblo y su antagónico es explicada por la
operación de los significantes flotantes. Por
otro lado, la forma en que de manera contingente se identifican como pueblo a
determinados actores sociales que no han sido predeterminados, es explicada por
la operación de la heterogeneidad social y la
tensión constante entre lo “interno” y lo “externo”. Con ello Laclau da cierre
a su teoría general sobre el populismo.
[1] Esta
entrada la escribí algunas semanas antes de las más recientes elecciones
estadounidenses, en las cuales quedó comprobado como el populismo, en tanto
lógica de expresión de lo político, puede darle cauce a un proyecto de derecha
como el defendido por Donald Trump.
[2] Piénsese,
por ejemplo, en el lumpemproletariado o la pequeña burguesía.
[3] Es
bueno aclarar, ya que suele haber mucha confusión en dicho sentido, que para
Marx la explotación no tiene precisamente el sentido que comúnmente le
atribuimos. No se considera la explotación necesariamente como un “abuso”, un
“mal trato”, entre otros que evidentemente refieren una percepción subjetiva.
Para Marx la explotación es un hecho objetivo explicado en la siguiente
situación: Los trabajadores dedican un mayor tiempo de trabajo del que
realmente se le es retribuido por su fuerza de trabajo. A esta diferencia se le
llama plusvalía y la operación que la permite es a lo que Marx llama
explotación. De esta explicación se deriva que en términos marxistas cuando
hablamos de proletariado no se trata de un sinónimo de “probres”, aunque usualmente
el proletariado tenga escasos ingresos. Igual, al hablar de burguesía no se
trata de un sinónimo de ricos, aunque usualmente la burguesía tenga
considerables ingresos. Se trata de dos clases cuya constitución parte de su
posición objetiva frente a los medios de producción y, sobre todo, a la
cuestión de la explotación.