martes, 11 de agosto de 2020

Sobre la "La Razón Populista" de Ernesto Laclau (2/2)

 

En una primera parte de esta entrada comenté algunos aspectos centrales del libro “La Razón Populista” de Ernesto Laclau, entre ellos la noción de “populismo” y los elementos que la estructuran en los hechos: 1) La formación de una frontera interna antagónica que separa el pueblo del poder; y 2) La articulación equivalencial de demandas que hacen posible el surgimiento del pueblo; 3) La unificación de las demandas en torno a un significante vacío.

En esta segunda parte trataré otros aspectos que complementan a los ya citados y que forman parte de la teoría que Laclau desarrolla en el libro comentado. Se trata de los conceptos de significantes flotantes y heterogeneidad social. A través de los mismos Laclau fortalece la versión simplificada de su teoría ante escenarios mucho más complejos, que son los que usualmente predominan.

Como ya había explicado en la primera parte, un significante vacío se genera a partir de la asunción de una demanda particular como totalizadora de las otras demandas. Pero Laclau advierte que la generación de dicho significante vacío está sometida a una tensión inestable entre dos extremos: la subordinación de las demandas particulares al significante vacío y la autonomización de la demanda que constituye dicho significante. La unitelarización del momento de subordinación, según Laclau, convertiría a los significantes populares “en una entelequia inoperante incapaz de actuar como fundamento para las demandas democráticas.” Por otro lado, la autonomización más allá de cierto límite conduciría a “una lógica pura de las diferencias y al colapso del campo equivalencial”.

Lo que Laclau pretende expresar reside en lo siguiente: Si bien es cierto que un significante vacío se constituye a partir de una demanda particular incluida una cadena equivalencial de demandas y que pasa a representarse como universal, la subordinación de las demás demandas no puede llegar a un punto en que dicho significante no reciba cierta presión de éstas. Lo contrario, tal y como expresa Laclau, conduciría a la inoperancia del significante vacío como elemente unificador de las demandas.

Por otro lado, una autonomización extrema de la demanda convertida en significante vacío, la emergencia de su particularismo por sobre su función totalizante, terminaría en una segmentación de dicha demanda y las demás, pasando de una lógica de las equivalencias a una lógica de las diferencias. Es decir, de ser irresolubles de manera particular al formar parte de una cadena amplia que encuentra solidez en el significante vacío, pasarían a ser resueltas una por una y de manera diferencial. Se trata de la expresión de lo político en el primer caso, y de la simple administración institucional en el segundo.

Aparte de esta tensión inherente a la constitución del significante vacío, Laclau identifica otra de igual o mayor importancia en la operación populista. Como quedó expresado en la entrada anterior, aparte del significante vacío que sirve de unificación de las demandas, para que una operación populista sea exitosa es necesario la generación de una frontera dicotómica (El pueblo Vs. “El Poder”). Laclau sostiene que puede ser posible que, sin llegar a desaparecer, la frontera dicotómica se desdibuje como consecuencia de que “el régimen opresivo se vuelve el mismo hegemónico, es decir, intenta interrumpir la cadena equivalencial del campo popular mediante una cadena equivalencial alternativa, en la cual algunas de las demandas son articuladas con eslabones totalmente diferentes.”

De lo que se trata en estos casos es que las mismas demandas reciben la presión estructural de proyectos hegemónicos rivales. Según Laclau esto genera una autonomía del significante popular distinta a la que anteriormente he mencionado. Ya no se trata de que el particularismo de la demanda se hace independiente de la articulación equivalencial, “sino que su sentido permanece indeciso entre fronteras equivalenciales alternativas.” Por considerar que el sentido de estos significantes no se encuentra definido y, en cambio, se encuentra suspendido, Laclau los denomina significantes flotantes.

El libro coloca un ejemplo muy ilustrativo para explicar la tensión que lleva a un significante a un estado de suspensión y, por tanto, a ser considerado como flotante. Laclau hace referencia al caso estadounidense. Según el autor hubo un momento en que la defensa del “hombre humilde” (small man) contra el poder, dejó de asociarse con el discurso de la izquierda estadounidense, como en el caso del New Deal, y comienza a vincularse con la “mayoría moral”, usualmente vinculada a la derecha. Pensemos contemporáneamente en el “make america great again” de Donal Trump y en las adherencias que ha conseguido en la población blanca y trabajadora de los Estados Unidos.[1]

En el caso dominicano me parece que existe un ejemplo histórico que permite ilustrar el funcionamiento de un significante flotante y la presión generada por campos rivales para apropiarse del mismo. Se trata de la demanda por la “reforma agraria”. En principio una demanda propia de los sectores de izquierda y progresistas de la República Dominicana, pero que terminaría siendo en parte apropiada por Joaquín Balaguer durante los muy conocidos 12 años.

Lo anterior no es más que una dinámica propia de la hegemonía, la cual tiene dos características que me interesan resaltar en estos momentos: es siempre inestable y contestada. El modo en que se va definir el sentido del significante dependerá precisamente de una lucha hegemónica, es decir, de una lucha por hacer un proyecto hegemónico. En el caso dominicano no caben dudas de cual proyecto terminó siendo hegemónico.

Laclau sostiene que “las categorías de significantes vacíos y flotantes son estructuralmente diferentes. La primera tiene que ver con la construcción de una identidad popular una vez que la presencia de una frontera estable se da por sentada; la segunda intenta aprehender conceptualmente la lógica de los desplazamientos de esa frontera.” Mientras que los significantes vacíos parten de la constitución de una frontera dicotómica estable, los significantes flotantes parten de una frontera dicotómica inestable, sujeta a desplazamientos. ¿De qué lado se pondría el campesino dominicano? ¿Del lado del balaguerismo o del antibalaguerismo? ¿Quién podía articular mejor sus demandas y darles sentido a través de significantes? Este tipo de cuestionamiento precisamente refiere al desplazamiento de la frontera dicotómica como consecuencia del surgimiento de significantes flotantes.

Otro aspecto desarrollado por Laclau en su libro tiene que ver con la cuestión de la heterogeneidad social y está directamente vinculado, al igual que la cuestión de los significantes flotantes, con la constitución de la frontera antagónica que tanto he mencionado.

Como he expresado más arriba, si bien la constitución de un significante vacío implica que una demanda particular dentro de una cadena equivalencial de demandas asuma un carácter universal, esto no podría conllevar que las demandas que integran la cadena pierdan toda particularidad. El significante, para no quedar convertido en una “entelequia inoperante”, debe recibir cierta presión de los particularismos de las demandas que articula. Al final, el hecho de que todas las demandas individuales en su propia individualidad se oponen al mismo régimen opresivo “es la razón de que pueda establecerse una comunidad equivalencial entre ellas.”

Sucede que una demanda puede no ser incorporada a la cadena equivalencial porque se opone “a los objetivos particulares de demandas que ya son eslabones de esa cadena”. En este punto Laclau pasa a sostener que una cadena equivalencial no solo se opone a un poder antagónico, “sino también a algo que no tiene acceso a un espacio general de representación.” Sin embargo, aclara, oponerse en este caso no es lo mismo, ya que un campo antagónico es representado como el inverso negativo de una identidad popular que es inherente a la constitución de la misma, mientras que la oposición de ese “algo” que no tiene acceso a representación es un simple “dejar a parte”, no da sentido a la identidad de lo que está adentro. Este “algo a parte”, esta exterioridad, es lo que lo Laclau denomina heterogeneidad social.

Al igual que un significante puede verse suspendido de conformidad con la lógica de los significantes flotantes a los que ya he hecho referencia, esta exterioridad considerada como heterogeneidad social no se encuentra nítidamente identificable. Muy por el contrario, se ve constantemente en una tensión con lo “interno” y “homogéneo”, por lo que la discusión para Laclau pasa a reinscribirse en las identidades populares dentro de una compleja articulación entre lo heterogéneo y homogéneo. Esta tensión se justifica por el hecho de que no existe un terreno dominado por la homogeneidad pura o la representabilidad plena, es decir, no existe un terreno donde el “pueblo” y su “otro antagónico” se encuentren previamente determinados en un espacio absolutamente saturado. Toda internalidad va estar siempre “amenazada por una heterogeneidad que nunca es exterioridad pura porque habita en la propia lógica de la constitución interna.”

Para Laclau el antagonismo que permite constituir la frontera política siempre parte de la heterogeneidad, es decir, de elementos no homogéneos y externos a la propia fuerza antagonizante. Lo que esto quiere decir es que en la constitución de la relación antagónica no existen “puntos privilegiados de ruptura y disputa a priori; los puntos antagónicos particularmente intensos sólo pueden ser establecidos contextualmente y nunca deducidos de la lógica interna de ninguna de las dos fuerzas enfrentadas tomadas en forma aislada.”

A partir de esta idea Laclau fundamenta su crítica al marxismo clásico, el cual, bajo lo que el autor considera como “esencialismo de clase”, coloca a la relación proletariado-burguesía como una relación antagónica preestablecida y dada al margen de todo contexto y contingencia. En su concepción, “no hay motivo para que las luchas que tienen lugar dentro de las relaciones de producción deban ser los puntos privilegiados de una lucha global anticapitalista.” En definitiva: “es imposible determinar a priori quiénes van a ser los actor hegemónicos en esa lucha.”

La construcción del pueblo no pasa por una frontera antagónica que ve los bandos colocados de manera predeterminada, tal y como supuestamente hace el marxismo clásico. En dicha tradición el pueblo es asimilado con el proletariado y el poder opresor con la burguesía, estando determinado el antagonismo en una cuestión aparentemente objetiva y general: Las relaciones sociales de producción y la colocación de uno y otro frente a los medios de producción. Toda parte colocada al margen de esta posición objetiva frente a los medios de producción sería considerada como un exterior[2], como parte relegada a los intersticios de la historia, incapaz, por tanto, de convertirse en sujeto histórico. Aquí lo común de las demandas en la cadena equivalencial estaría justificado en la oposición a la explotación de la burguesía y dicha oposición estaría probada en el hecho objetivo de la explotación[3] misma -generación de plusvalor como consecuencia de la apropiación de parte del trabajo-.

Al contrario, Laclau sostiene, como ya he establecido, que esta representación plena y absoluta de la frontera antagónica no es posible y que la representación de esta última siempre está sujeta a desplazamientos provocados por la intervención del “exterior”, el cual precisamente se vuelve constitutivo de la identidad popular y, por tanto, de la propia frontera antagónica. La constitución de la identidad popular no estará explicada por la posición objetiva -explotación- del proletario frente a los medios de producción, sino por la motivación externa a dicha posición objetiva que se construya a partir de la articulación con otros actores políticos -“externos”-, como por ejemplo el campesinado, el lumpemproletariado, etc.

Por todo lo anterior, es a partir de cada lucha hegemónica concreta y situada que se determinan cuáles actores políticos se identificarán con el pueblo, cuáles serán considerados como antagonistas del mismo y qué segmento sencillamente quedará en el exterior del espacio de representación dominado por la frontera antagónica entre los dos primeros. La forma en que de manera contingente se construye la frontera entre el pueblo y su antagónico es explicada por la operación de los significantes flotantes. Por otro lado, la forma en que de manera contingente se identifican como pueblo a determinados actores sociales que no han sido predeterminados, es explicada por la operación de la heterogeneidad social y la tensión constante entre lo “interno” y lo “externo”. Con ello Laclau da cierre a su teoría general sobre el populismo.

[1] Esta entrada la escribí algunas semanas antes de las más recientes elecciones estadounidenses, en las cuales quedó comprobado como el populismo, en tanto lógica de expresión de lo político, puede darle cauce a un proyecto de derecha como el defendido por Donald Trump.

[2] Piénsese, por ejemplo, en el lumpemproletariado o la pequeña burguesía.

[3] Es bueno aclarar, ya que suele haber mucha confusión en dicho sentido, que para Marx la explotación no tiene precisamente el sentido que comúnmente le atribuimos. No se considera la explotación necesariamente como un “abuso”, un “mal trato”, entre otros que evidentemente refieren una percepción subjetiva. Para Marx la explotación es un hecho objetivo explicado en la siguiente situación: Los trabajadores dedican un mayor tiempo de trabajo del que realmente se le es retribuido por su fuerza de trabajo. A esta diferencia se le llama plusvalía y la operación que la permite es a lo que Marx llama explotación. De esta explicación se deriva que en términos marxistas cuando hablamos de proletariado no se trata de un sinónimo de “probres”, aunque usualmente el proletariado tenga escasos ingresos. Igual, al hablar de burguesía no se trata de un sinónimo de ricos, aunque usualmente la burguesía tenga considerables ingresos. Se trata de dos clases cuya constitución parte de su posición objetiva frente a los medios de producción y, sobre todo, a la cuestión de la explotación.

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